Nuevo positivismo digital (IX): Nuevo colonialismo digital
Nuevo positivismo digital: I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII
Resulta que en el Club de lectura de este mes nos toca leer El corazón de las tinieblas (1902) de Joseph Conrad, lo cual me ha venido muy bien por varias razones: la primera que se trata de un libro que leí demasiado pronto, del que apenas recordaba que me había gustado, pero poco más exceptuando el argumento central y la clásica imagen del barco cañoneando la selva africana. Gracias a la relectura he podido descubrir muchos y nuevos significados, todos ellos profundos y complementarios; pero no sólo eso, también me ha servido para constatar la imagen irreal y distorsionada de la mujer (estamos en 1902 y la sociedad sigue siendo fuertemente patriarcal) y el etnocentrismo que --a pesar del tono crítico general-- destilan las descripciones. Incluso me ha servido para darme cuenta del uso reiterativo y excesivamente grandilocuente de todo aquello que tiene que ver con África y las situaciones límite en las que se ve envuelto el protagonista, así como el fallido final, claramente mejorado por Coppola en su modélica adaptación (nunca mejor dicho) cinematográfica de la novela, Apocalypse now (1979). La novela denuncia sin ambigüedad el trato que recibía la población autóctona (esclavos considerados como simple fuerza de trabajo, una materia prima más proporcionada por la tierra), y aunque Marlow --el protagonista de la historia-- deja muy claro que todo eso le escandaliza (el propio Conrad sin duda fue testigo de situaciones parecidas cuando viajó al Congo en 1890) no expresa nada más allá del mero deseo de un trato más humano, ni se convierte a causa de ello en un revolucionario o un antisistema. Se limita a dejar constancia de una injusticia y procura pasar sobre ella sin empeorarla, pero tampoco sin impedirla (al fin y al cabo, como el resto de europeos, se sirve de los esclavos para manejar su barco). Es la misma actitud ilustrada del XVIII que estableció unos derechos humanos universales sin que de ello se derivara una denuncia del colonialismo ejercido por las grandes potencias occidentales. Buenos sentimientos sí, pero coherencia y praxis política bien poca.
Literatura y vivencias personales aparte, El corazón de las tinieblas es una de las primeras novelas que se atreve a retratar sin tapujos el expolio humano y natural que Occidente estaba llevando a cabo en África desde hacía decenios (expolio vigente en la actualidad, encubierto bajo la apariencia de acuerdos comerciales de dudoso beneficio mutuo). Y lo hace a través de la perplejidad de Marlow, un marino que se enfrenta a un entorno extraño, hostil y desconocido, habitado por europeos patéticos, avariciosos y crueles y una población indígena que produce pánico o lástima (según el contexto). La peripecia africana de Marlow, sin objetivos, prolongada durante meses, amenaza con provocarle un cortocircuito mental, del que no se libró Kurtz, un dictatorial y eficaz comerciante cuya figura y métodos le resultan fascinantes y repulsivos a partes iguales. Aun así, la vigencia de la novela de Conrad tiene más que ver con la calidad de la aventura que propone (un viaje a los límites psicológicos y sociales de un mundo que, para presentarlo hoy de forma equivalente, tendríamos que ambientar en otro planeta), y no tanto por la crítica de fondo. Lo único que en mi opinión no consigue transmitir la novela son los sentimientos encontrados que consumen a Marlow (el horror y la fascinación ante el poder omnímodo de Kurtz): todo queda en una serie de metáforas de tono cósmico y apocalíptico tras las cuales nunca asoma nada, ningún dato o acontecimiento que materialice esa transcendencia apenas intuida (aunque tan eficaz en lo literario). En ese sentido la prosa de Conrad funciona igual que en los relatos de H. P. Lovecraft en Los mitos de Cthulhu: la inminencia de un horror definitivo nunca concretado en algo tangible y sin embargo descrito con tal acumulación de desmesuras que luego, al no materializarse en su totalidad, produce un efecto de distanciamiento que enfría la tensión y defrauda al lector, justamente lo contrario de lo que se pretendía.
El corazón de las tinieblas, además de una aventura equinoccial del siglo XX, es la crónica cotidiana del expolio de un continente: los tipos humanos, los métodos, el trato degradante, despiadado y cruel, la negación de toda condición humana a la población indígena; en otras palabras, un manual acerca de cómo llevar a la práctica una política colonial orientada al enriquecimiento personal y al monopolio comercial. África era en 1902 un continente todavía desconocido (muchas zonas de interior continuaban siendo tierras vírgenes para Occidente), y adentrarse en busca de riquezas implicaba también la tarea de descubrir culturas y gentes completamente desconocidas. Si a eso sumamos las rígidas categorías mentales (firmemente ancladas en el evolucionismo unilineal) que incorporaba de serie el hombre occidental de aquella época --gracias al éxito popular de la obra de Darwin El origen de las especies (1859)-- estaba garantizado el cortocircuito mental, al que sucumbe Kurtz y por poco Marlow. En este punto la novela sí que acierta en lo esencial, al describir el choque mental que supone el descubrimiento de una humanidad inédita, regida por unos patrones diferentes a los propios, las consecuencias inesperadas que esto provoca y, sobre todo, la respuesta en forma de regresión a lo más instintivo y animal de la conducta humana. Una respuesta fundamentada en dos premisas autoimpuestas: que Occidente estaba destinado a imponer la civilización en esas remotas zonas del planeta, y que los pueblos que las habitaban eran tan radicalmente diferentes (en costumbres, en idioma, en actitud) que el ejercicio del poder absoluto era una tentación demasiado grande para no sucumbir a ella. El libro de Conrad describe de qué manera reacciona nuestro cerebro cuando todo a su alrededor le resulta incomprensible: el pánico a lo desconocido --potenciado en este caso por la codicia-- y una sensación de (supuesto) vacío racional que deja paso a la violencia como defensa. Esa es la principal aportación del libro de Conrad, la descripción de un choque cultural, también conocido como colonialismo.
Ahora pensemos en Internet como un nuevo continente recién descubierto para la humanidad en 1995 por un tal Berners-Lee. Aunque otros viajeros --militares, científicos profesores, estudiantes universitarios anglosajones-- ya lo conocían debido a sus actividades secretas y/o especializadas, hasta ese año no se abrieron sus fronteras para cualquier usuario/consumidor. De modo que sólo han pasado trece años desde entonces y, a pesar de la evolución imparable de la tecnología, el sentido común nos dice que apenas conocemos sus costas y los territorios adyacentes a las principales autopistas que lo atraviesan. Todavía quedan muchos parajes por conocer, yacimientos de negocio por explotar, materiales que transformar en riqueza (algunos lo llaman simplemente «nuevos mercados»)... Ahora imaginemos las webs comerciales, las sedes electrónicas de las multinacionales, las redes sociales, la blogosfera, los portales temáticos, como caudalosos ríos por los que se aventuran expertos consultores (los exploradores profesionales del siglo XXI) y simples usuarios/consumidores (personas como Marlow o como yo mismo) en busca de riqueza y de fama fáciles. Visto así, Internet es un continente que, hoy por hoy, se encuentra en pleno proceso de colonización para usos simples, miserables o lucrativos, dejando de lado --como suele ser habitual-- la oportunidad de aprovechar una tecnología para mejorar, por ejemplo, la calidad de nuestras democracias formales y representativas, compuestas hasta la fecha por elites y gobernadas bajo dictaduras de infinidad de expertos. En este sentido Internet no es una excepción: con todos los avances de la técnica (cinematógrafo, teléfono, televisión) ha pasado lo mismo: los usos que generan beneficios inmediatos son los que en la práctica se acaban imponiendo al resto, arrinconando otras posibilidades más filantrópicas. Así pues, no estamos ante un fenómeno inédito, y por eso El corazón de las tinieblas puede ser una guía útil para intuir por dónde irán los tiros en la colonización digital de Internet. ¿En qué se parecen ambos procesos? ¿En qué se diferencian? ¿Podemos extraer alguna lección? ¿Nos puede servir para estar prevenidos? ¿Vamos a repetir las mismas pautas y a cometer los mismos errores?
La tentación del poder absoluto sigue siendo la norma: los exploradores profesionales [consultores] sueñan con establecer monopolios comerciales gracias a tecnologías esclavas; y en esta carrera --como en África-- el primero que llega es el que se queda con la mejor parte. Por su parte, los nativos [los usuarios/consumidores, los geeks] que llegaron por otras rutas a los espacios que actualmente ocupan (vía foros Usenet y otras comunidades similares) poco a poco se van integrando en los circuitos comerciales que establecen los profesionales [las redes sociales]. Es curioso: igual que los negros fueron convertidos en esclavos los usuarios/consumidores alimentan hoy las webs sociales a cambio de nada; que se reconozcan formalmente sus derechos es un tecnicismo secundario.
¿Qué nos enseña la historia del colonialismo occidental? Pues que la violencia cada vez resultaba menos eficaz para mantener a raya los movimientos secesionistas. La primera en lograr la independencia fue la India (1948), y en los sesenta del siglo XX la mayoría de los países africanos. El expolio se sustituyó por acuerdos comerciales (preferentemente con el ex-colonizador), de manera que se respetaran formalmente los principios de fair-play comercial. Hoy podemos comprobar que se trataba de un engaño: África es un continente todavía más pobrecido que cuando accedió a la independencia, y la emigración y las pandemias hacen estragos entre su población. La pregunta es si Internet sufrirá una evolución similar. Teniendo en cuenta que los intereses comerciales son los mismos no hay que sorprenderse si al final del trayecto nos encontramos con un espacio originariamente público [Internet] cortocircuitado y peligrosamente distorsionado en sus principales flujos por los intereses de las empresas. ¿Exagero? Cada tecnología esclava que aparece en el mercado es un intento de monopolio sobre una parte de ese espacio virtualmente libre (en ambos sentidos) que es (o era) Internet. Cada red social que pasa de moda, desaparece o se integra en la «knowledge database» de una web privada con ánimo de lucro es una confirmación más de que las iniciativas sin estructura formal y sin financiación propia están condenadas al fracaso, como la Comuna de París. Eso no quiere decir que Internet pueda conocer una etapa de auténtica libertad (no caigamos en la tentación de suspirar por unos mejores tiempos pasados), en todo caso ha tenido un pasado mucho más desestructurado que el actual, y eso quizá ha contribuido a mitificar el espejismo de libertad que ha rodeado sus orígenes. En realidad la libertad realmente existente de la proto-Internet consistía en una serie de limitaciones técnicas que, una vez superadas, han estructurado la red (haciéndola más segura, es cierto, pero también más previsible) y más permeable al pelotazo enriquecedor.
Después de leer El corazón de las tinieblas sigo sin entender qué es lo que Marlow encontraba tan fascinante en Kurtz; del mismo modo que no consigo entender por qué las tecnologías esclavas se han convertido en la principal herramienta de negocio en la colonización de Internet. Lo único que se me ocurre es que Conrad, a pesar de la repugnancia que sentía ante el trato que recibía la población indígena, en el fondo seguía siendo un europeo que consideraba a Occidente el baluarte de la civilización, y que su deber (además de levantar una industria que generara beneficios) era exportar su moral, su división del trabajo y sus jerarquías sociales; y para eso piensa que --como hace Kurtz-- es necesario imponer primero la dictadura de la ley y ejercerla sin piedad. ¿Te sientes capaz de completar la metáfora?
Resulta que en el Club de lectura de este mes nos toca leer El corazón de las tinieblas (1902) de Joseph Conrad, lo cual me ha venido muy bien por varias razones: la primera que se trata de un libro que leí demasiado pronto, del que apenas recordaba que me había gustado, pero poco más exceptuando el argumento central y la clásica imagen del barco cañoneando la selva africana. Gracias a la relectura he podido descubrir muchos y nuevos significados, todos ellos profundos y complementarios; pero no sólo eso, también me ha servido para constatar la imagen irreal y distorsionada de la mujer (estamos en 1902 y la sociedad sigue siendo fuertemente patriarcal) y el etnocentrismo que --a pesar del tono crítico general-- destilan las descripciones. Incluso me ha servido para darme cuenta del uso reiterativo y excesivamente grandilocuente de todo aquello que tiene que ver con África y las situaciones límite en las que se ve envuelto el protagonista, así como el fallido final, claramente mejorado por Coppola en su modélica adaptación (nunca mejor dicho) cinematográfica de la novela, Apocalypse now (1979). La novela denuncia sin ambigüedad el trato que recibía la población autóctona (esclavos considerados como simple fuerza de trabajo, una materia prima más proporcionada por la tierra), y aunque Marlow --el protagonista de la historia-- deja muy claro que todo eso le escandaliza (el propio Conrad sin duda fue testigo de situaciones parecidas cuando viajó al Congo en 1890) no expresa nada más allá del mero deseo de un trato más humano, ni se convierte a causa de ello en un revolucionario o un antisistema. Se limita a dejar constancia de una injusticia y procura pasar sobre ella sin empeorarla, pero tampoco sin impedirla (al fin y al cabo, como el resto de europeos, se sirve de los esclavos para manejar su barco). Es la misma actitud ilustrada del XVIII que estableció unos derechos humanos universales sin que de ello se derivara una denuncia del colonialismo ejercido por las grandes potencias occidentales. Buenos sentimientos sí, pero coherencia y praxis política bien poca.
Literatura y vivencias personales aparte, El corazón de las tinieblas es una de las primeras novelas que se atreve a retratar sin tapujos el expolio humano y natural que Occidente estaba llevando a cabo en África desde hacía decenios (expolio vigente en la actualidad, encubierto bajo la apariencia de acuerdos comerciales de dudoso beneficio mutuo). Y lo hace a través de la perplejidad de Marlow, un marino que se enfrenta a un entorno extraño, hostil y desconocido, habitado por europeos patéticos, avariciosos y crueles y una población indígena que produce pánico o lástima (según el contexto). La peripecia africana de Marlow, sin objetivos, prolongada durante meses, amenaza con provocarle un cortocircuito mental, del que no se libró Kurtz, un dictatorial y eficaz comerciante cuya figura y métodos le resultan fascinantes y repulsivos a partes iguales. Aun así, la vigencia de la novela de Conrad tiene más que ver con la calidad de la aventura que propone (un viaje a los límites psicológicos y sociales de un mundo que, para presentarlo hoy de forma equivalente, tendríamos que ambientar en otro planeta), y no tanto por la crítica de fondo. Lo único que en mi opinión no consigue transmitir la novela son los sentimientos encontrados que consumen a Marlow (el horror y la fascinación ante el poder omnímodo de Kurtz): todo queda en una serie de metáforas de tono cósmico y apocalíptico tras las cuales nunca asoma nada, ningún dato o acontecimiento que materialice esa transcendencia apenas intuida (aunque tan eficaz en lo literario). En ese sentido la prosa de Conrad funciona igual que en los relatos de H. P. Lovecraft en Los mitos de Cthulhu: la inminencia de un horror definitivo nunca concretado en algo tangible y sin embargo descrito con tal acumulación de desmesuras que luego, al no materializarse en su totalidad, produce un efecto de distanciamiento que enfría la tensión y defrauda al lector, justamente lo contrario de lo que se pretendía.
El corazón de las tinieblas, además de una aventura equinoccial del siglo XX, es la crónica cotidiana del expolio de un continente: los tipos humanos, los métodos, el trato degradante, despiadado y cruel, la negación de toda condición humana a la población indígena; en otras palabras, un manual acerca de cómo llevar a la práctica una política colonial orientada al enriquecimiento personal y al monopolio comercial. África era en 1902 un continente todavía desconocido (muchas zonas de interior continuaban siendo tierras vírgenes para Occidente), y adentrarse en busca de riquezas implicaba también la tarea de descubrir culturas y gentes completamente desconocidas. Si a eso sumamos las rígidas categorías mentales (firmemente ancladas en el evolucionismo unilineal) que incorporaba de serie el hombre occidental de aquella época --gracias al éxito popular de la obra de Darwin El origen de las especies (1859)-- estaba garantizado el cortocircuito mental, al que sucumbe Kurtz y por poco Marlow. En este punto la novela sí que acierta en lo esencial, al describir el choque mental que supone el descubrimiento de una humanidad inédita, regida por unos patrones diferentes a los propios, las consecuencias inesperadas que esto provoca y, sobre todo, la respuesta en forma de regresión a lo más instintivo y animal de la conducta humana. Una respuesta fundamentada en dos premisas autoimpuestas: que Occidente estaba destinado a imponer la civilización en esas remotas zonas del planeta, y que los pueblos que las habitaban eran tan radicalmente diferentes (en costumbres, en idioma, en actitud) que el ejercicio del poder absoluto era una tentación demasiado grande para no sucumbir a ella. El libro de Conrad describe de qué manera reacciona nuestro cerebro cuando todo a su alrededor le resulta incomprensible: el pánico a lo desconocido --potenciado en este caso por la codicia-- y una sensación de (supuesto) vacío racional que deja paso a la violencia como defensa. Esa es la principal aportación del libro de Conrad, la descripción de un choque cultural, también conocido como colonialismo.
Ahora pensemos en Internet como un nuevo continente recién descubierto para la humanidad en 1995 por un tal Berners-Lee. Aunque otros viajeros --militares, científicos profesores, estudiantes universitarios anglosajones-- ya lo conocían debido a sus actividades secretas y/o especializadas, hasta ese año no se abrieron sus fronteras para cualquier usuario/consumidor. De modo que sólo han pasado trece años desde entonces y, a pesar de la evolución imparable de la tecnología, el sentido común nos dice que apenas conocemos sus costas y los territorios adyacentes a las principales autopistas que lo atraviesan. Todavía quedan muchos parajes por conocer, yacimientos de negocio por explotar, materiales que transformar en riqueza (algunos lo llaman simplemente «nuevos mercados»)... Ahora imaginemos las webs comerciales, las sedes electrónicas de las multinacionales, las redes sociales, la blogosfera, los portales temáticos, como caudalosos ríos por los que se aventuran expertos consultores (los exploradores profesionales del siglo XXI) y simples usuarios/consumidores (personas como Marlow o como yo mismo) en busca de riqueza y de fama fáciles. Visto así, Internet es un continente que, hoy por hoy, se encuentra en pleno proceso de colonización para usos simples, miserables o lucrativos, dejando de lado --como suele ser habitual-- la oportunidad de aprovechar una tecnología para mejorar, por ejemplo, la calidad de nuestras democracias formales y representativas, compuestas hasta la fecha por elites y gobernadas bajo dictaduras de infinidad de expertos. En este sentido Internet no es una excepción: con todos los avances de la técnica (cinematógrafo, teléfono, televisión) ha pasado lo mismo: los usos que generan beneficios inmediatos son los que en la práctica se acaban imponiendo al resto, arrinconando otras posibilidades más filantrópicas. Así pues, no estamos ante un fenómeno inédito, y por eso El corazón de las tinieblas puede ser una guía útil para intuir por dónde irán los tiros en la colonización digital de Internet. ¿En qué se parecen ambos procesos? ¿En qué se diferencian? ¿Podemos extraer alguna lección? ¿Nos puede servir para estar prevenidos? ¿Vamos a repetir las mismas pautas y a cometer los mismos errores?
La tentación del poder absoluto sigue siendo la norma: los exploradores profesionales [consultores] sueñan con establecer monopolios comerciales gracias a tecnologías esclavas; y en esta carrera --como en África-- el primero que llega es el que se queda con la mejor parte. Por su parte, los nativos [los usuarios/consumidores, los geeks] que llegaron por otras rutas a los espacios que actualmente ocupan (vía foros Usenet y otras comunidades similares) poco a poco se van integrando en los circuitos comerciales que establecen los profesionales [las redes sociales]. Es curioso: igual que los negros fueron convertidos en esclavos los usuarios/consumidores alimentan hoy las webs sociales a cambio de nada; que se reconozcan formalmente sus derechos es un tecnicismo secundario.
¿Qué nos enseña la historia del colonialismo occidental? Pues que la violencia cada vez resultaba menos eficaz para mantener a raya los movimientos secesionistas. La primera en lograr la independencia fue la India (1948), y en los sesenta del siglo XX la mayoría de los países africanos. El expolio se sustituyó por acuerdos comerciales (preferentemente con el ex-colonizador), de manera que se respetaran formalmente los principios de fair-play comercial. Hoy podemos comprobar que se trataba de un engaño: África es un continente todavía más pobrecido que cuando accedió a la independencia, y la emigración y las pandemias hacen estragos entre su población. La pregunta es si Internet sufrirá una evolución similar. Teniendo en cuenta que los intereses comerciales son los mismos no hay que sorprenderse si al final del trayecto nos encontramos con un espacio originariamente público [Internet] cortocircuitado y peligrosamente distorsionado en sus principales flujos por los intereses de las empresas. ¿Exagero? Cada tecnología esclava que aparece en el mercado es un intento de monopolio sobre una parte de ese espacio virtualmente libre (en ambos sentidos) que es (o era) Internet. Cada red social que pasa de moda, desaparece o se integra en la «knowledge database» de una web privada con ánimo de lucro es una confirmación más de que las iniciativas sin estructura formal y sin financiación propia están condenadas al fracaso, como la Comuna de París. Eso no quiere decir que Internet pueda conocer una etapa de auténtica libertad (no caigamos en la tentación de suspirar por unos mejores tiempos pasados), en todo caso ha tenido un pasado mucho más desestructurado que el actual, y eso quizá ha contribuido a mitificar el espejismo de libertad que ha rodeado sus orígenes. En realidad la libertad realmente existente de la proto-Internet consistía en una serie de limitaciones técnicas que, una vez superadas, han estructurado la red (haciéndola más segura, es cierto, pero también más previsible) y más permeable al pelotazo enriquecedor.
Después de leer El corazón de las tinieblas sigo sin entender qué es lo que Marlow encontraba tan fascinante en Kurtz; del mismo modo que no consigo entender por qué las tecnologías esclavas se han convertido en la principal herramienta de negocio en la colonización de Internet. Lo único que se me ocurre es que Conrad, a pesar de la repugnancia que sentía ante el trato que recibía la población indígena, en el fondo seguía siendo un europeo que consideraba a Occidente el baluarte de la civilización, y que su deber (además de levantar una industria que generara beneficios) era exportar su moral, su división del trabajo y sus jerarquías sociales; y para eso piensa que --como hace Kurtz-- es necesario imponer primero la dictadura de la ley y ejercerla sin piedad. ¿Te sientes capaz de completar la metáfora?
Comentarios
Feliz 2009!!!!!
Me topé con tu blog referenciado por francispisani, al cual llegué tambien por seendipidad y suerte.
Me encontré con el último post "Nuevo Positivismo..."
Tuve que retroceder a la primera entrada por lo interesante de tus reflexiones, y así poder seguir en debida forma el hilo de tu argumentación. Me ha gustado toda la serie. Se la estoy recomendando a mis amigos y conocidos.
No se me ocurre por el momento que mas decirt, pues estoy aún digeriendo lo leido. EXCELENTE!
Saludos desde este tórrido verano en el SUR
Felíz Nuevo Año con prosperidad para todos
Feliz año también para ti y nos leeremos en el 2009!!!!
El equipo de Marketing Mega Virtual.