Reinas y señores del software

Recuerdo que en los noventa las suites ofimáticas (Office, Smartsuite) eran las reinas del software, y el procesador de textos y la hoja de cálculo aplicaciones a las que les pedíamos de todo, hasta que nos avisaran de la hora de la merienda. La gente se gastaba el dinero en software que emulaba una calculadora y una máquina de escribir. Luego llegó Internet y al poco la digitalización multimedia y ahí se acabó la historia de la ofimática. Desde entonces, ha conocido un proceso imparable de devaluación: ¿para qué pagar si se puede piratear? Justo antes de eso nos estuvimos unos meses pasando al ordenador nuestros apuntes de la universidad, que para eso nos habíamos comprado un ordenador. Pero pronto aquella absurda tarea quedó relegada y decidimos hacer cosas más creativas: cambiamos el ratón por el joystick. Ahí se acabó el reinado de las suites ofimáticas.

Tras su reinado aparecieron los señores del software libre, esos que, en sus ratos libres, se dedicaban a crear los programas que necesitaban (y que el mercado les negaba) y a ponerlos en circulación gratis-por-la-cara. Hoy tenemos software libre (freeware, para entendernos) para hacer prácticamente de todo: gestores de correo, procesadores de texto, presentaciones, diseño 2D y 3D, edición de foto y vídeo, bases de datos, servidores web, gestión comercial… El único software por el que pagamos (por cierto sin darnos cuenta) es el que viene preinstalado en los ordenadores que compramos.

Las empresas es diferente: ellas necesitan pagar las caras licencias por cuestiones legales, o porque precisan aplicaciones superespecializadas como Pinnacle Studio, o incluso por un Tablet PC que sea capaz de reconocer la escritura de su dueño (porque se supone que un ejecutivo ultra-ocupado no puede perder el tiempo en hacer “Archivo/Nuevo” y necesita anotar como sea el flash que le ha venido a la mente mientras esperaba en el aeropuerto). Yo personalmente no creo que haga falta, pero si todavía hay mercado pues que lo exploten.

Pero ¿y la gente? ¿Qué está dispuesta a pagar hoy la gente? Software desde luego no; en todo caso hardware, pero no cualquier hardware, sino concretamente todo el que esté ligado al ocio: películas, videojuegos, música… Aún queda un segmento del mercado (el de los ejecutivos) que todavía cree que es la locomotora de la innovación y se empeñan en exhibir sus juguetitos allá donde pueden. Pero cuando nadie les ve, anotan sus tareas en cualquier hoja de papel y suspiran por llegar a casa para jugar con Gears of War.

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