Teorías convenientes para mi mentalidad: 10. La teoría del carrete

1. Las fases en una relación de pareja
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
7. Historia universal de la convivencia en pareja
8. Numeritos conyugales: que no te los cuelen sin avisar
9. Los herbívoros, el nuevo Contrato Matrimonial y la paradoja Huxley-Houellebecq


«En la vida, la gente tiende a esperar que le pasen cosas buenas. Y de tanto esperar, se les escapa la ocasión. Normalmente, no te caen los deseos en el regazo; caen en algún lugar cercano, y debes ser capaz de notarlo, levantarte, y dedicar el tiempo y el esfuerzo que se necesita para recogerlos. Eso no es así porque el universo sea cruel. Es así porque el universo es muy listo».

Neil Strauss. 2006

Mi metáfora básica para ilustrar la crianza y educación de los hijos hasta la adolescencia consiste en unos padres que bobinan un carrete con sedal en el que acumulan vivencias, preferencias, manías, hallazgos y vínculos. Lo hacen con la esperanza de que, cuando su hijo/a experimente esa pulsión irrefrenable que cuestiona todo lo que tenga que ver con la autoridad o, más concretamente, con sus padres y/o el ambiente familiar (les resulta falso, antiguo, cosas de las que, de pronto, intuyen que deben alejarse a toda costa), cuando eso suceda, ese carrete les recordará de donde vienen y de qué han renegado. Durante la fase adolescente de rebeldía y alejamiento, el carrete servirá como un vínculo invisible y necesario con su infancia. Más adelante, en otro momento imposible de precedir, mostrará el camino para un posible acercamiento al hogar. Hay un instante en la vida de los jóvenes en que comprenden que ya se han alejado lo suficiente de su punto de partida: están cansados de explorar nuevos senderos, a veces frustrados, derrotados, nostálgicos... y optan por rebajar el nivel de exigencia. En ese momento echan mano de lo que les sirvió en el pasado, porque es cómodo, porque conocen su eficacia. Llega el momento de recuperar algunas de las normas y preferencias con las que fueron educados y descubrir que tampoco estaban tan mal, incluso resultan eficaces como guía vital. La convivencia en pareja o una maternidad inminente suelen ser los hitos que desencadenan ese retorno a lo entrañable conocido.

Así funcionamos: padres e hijos, ante encrucijadas y retos equivalentes, solemos reaccionar de manera muy parecida. La mayoría lo atribuye a la carga genética, pero lo cierto es que se trata de una mera respuesta de adaptación al medio. Aparte de los genes, las generaciones --en condiciones de estabilidad familiar-- comparten un entorno doméstico marcado por la continuidad (lo que denominamos la mochila familiar), que actúa como marco de referencia para la toma de decisiones. El hecho de que los hijos se enfrenten a retos muy parecidos a los de los padres hace el resto. Nosotros lo simplificamos diciendo orgullosos que los hijos «salen» a sus padres. Es ese parecido, a pesar de la palpable distancia que pusimos durante la adolescencia, lo que atribuimos a unos genes que actúan independientemente de nuestra voluntad. La evolución cultural, en cambio, lo explica de una forma menos sentimental: si hay elementos familiares comunes a ambas generaciones (criterios éticos, preferencias, gustos, posibilidades) optaremos probablemente por respuestas semejantes y/o equivalentes. La cultura pasa por encima de la genética, aunque solo sea porque actúa después.

Películas, libros, canciones, recetas culinarias, rituales domésticos, jergas familiares, manías personales, obsesiones y cabezonerías íntimas... todo vale y puede formar parte del carrete, en una (inconsciente) previsión del fatídico día en que tu hijo/a te suelte aquello de «Tú no tienes ni idea», «Yo no pedí nacer en esta familia» y otras lindezas por el estilo, las cuales todos hemos soltado a gritos en plena discusión por horarios y permisos. Ni padres ni hijos abarcan toda la extensión de su significado, más bien lo toman, respectivamente, como una escaramuza y un ritual más en el proceso de maduración, pero lo cierto es que el carrete ha empezado a soltar sedal.

No hay garantías de que lo que acumulamos en el carrete luego les resulte útil ni verdadero (los padres se equivocan en muchas cosas, otra cosa es que haya momentos en la vida que permitan admitirlo ante los hijos); en todo caso lo hacemos porque hemos acabado por comprender que, en su momento, nuestros padres hicieron lo mismo con nosotros y tampoco fue mal del todo. Nada ni nadie nos garantiza que el sedal sea irrompible, que los hijos, en un momento dado, decidan no volver, ni siquiera sabemos si la longitud del sedal será suficiente: puede que se les acabe a la mitad, que decidan detenerse cuando aún les queden metros por soltar, que no sientan la necesidad de recurrir a él nunca. Sencillas y elegantes metáforas que sirven para describir complejos sentimientos.

Las mismas opciones se repetirán en cada ser humano: los padres almacenando instintivamente su bagage personal y socializador, los hijos rechazándolo con desconfianza por medio de otro instinto, exactamente opuesto, de reafirmación narcisista. El regreso, en todo caso, será celebrado por padres e hijos con una emoción silenciosa que rara vez suelen compartir en voz alta y que es, creo yo, el lubricante que engrasa la convivencia intergeneracional.


http://bajarsealbit.blogspot.com/2012/01/teorias-convenientes-para-mi-mentalidad.html

Comentarios

David del Bass ha dicho que…
Esta muy bien el blog, no lo conocía hasta ahora, me pasaré más a menudo a leerlo. Aprovecho para felicitarte el 2012, un saludo!!
El tecnócrata de letras ha dicho que…
david: gracias, el tuyo tampoco está nada mal. Ya lo acabo de enlazar!!!!

Nos leemos!!!!

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