Ser o no ser: ahí está la frontera
«Para que a alguien creativo se le ocurra algo ha tenido que leer un montón de cosas, participar en seminarios, visitar exposiciones... hay una atmósfera cultural que es el fundamento para que pueda generarse la creatividad. Además se necesita una infraestructura: bibliotecas, transportes, canales de acceso... Hay una dimensión en la creación que es procomunal: por eso es absurdo el que alguien al que se le ocurre algo le den la propiedad en exclusiva por ni se sabe cuántos años y que la pueda transmitir a sus hijos».
Antonio Lafuente. 2011
«Queremos mostrar que hay otras formas de hacer cultura y de editar libros. El caso de Lucía Etxebarría es paradigmático, se queja de lo poco que gana con cada libro al tener que pagar a gestores y a agentes: eso muestra que el discurso habitual sobre la propiedad intelectual no defiende al creador, sino a la industria».
Jessica Romero. 2011
A trancas y barrancas la Ley Sinde va cumpliendo sus objetivos legislativos. A pesar del relevo al frente del gobierno, lo que podría haber sido un titular para el recuerdo en forma de funeral por el canon digital, la confirmación de esa noticia ha pasado prácticamente desapercibida, ya que otros titulares --más básicos y apremiantes--, acaparan la atención de la mayoría. El famoso canon digital ha quedado definitivamente enterrado (porque lo dijo la UE, no por convicción ideológica del actual partido gobernante), y aunque aún no se sabe qué lo sustituirá, parece ser que será una especie de impuesto indirecto, como el IVA o el céntimo sanitario. Antes pagaban el canon los que adquirían soportes susceptibles de almacenar contenidos digitales; con la reforma lo pagarán todos, adquieran o no soportes susceptibles de almacenar contenidos digitales. Entre todos, cultos y analfabetos, consumidores o no de cultura, compensaremos a autores, intérpretes y ejecutantes de unas pérdidas que se dan por supuestas en virtud de ciertas «perversiones» tecnológicas con consecuencias indeseables sobre el statu quo del mercado.
Se trata de un claro triunfo de las industrias culturales más tradicionales, porque los creadores seguirán recibiendo menos de un 10% por copia vendida, sancionando un modelo de gestión que maximiza los beneficios sólo en caso de artistas consagrados. Al resto de creadores, como no generan ingresos, como nadie les conoce, como de entrada no interesa lo que hacen... Que les den morcilla. Si alguno destaca y empieza a triunfar no habrá problema: se le aplicará como peaje de acceso a la elite el contrato-tipo de menos del 10% o de lo contrario deberá permanecer en el limbo de la autogestión y el amateurismo de donde salió.
Una legislación como la que avala la Ley Sinde establece dos modelos de gestión antagónicos: uno de la creatividad incipiente o carente de prestigio y/o audiencia, y otro que se ocupa en exclusiva de maximinar beneficios para artistas consagrados que poseen prestigio y/o audiencia. Mientras seas un desconocido, estés aprendiendo el oficio o no interese demasiado lo que haces no existirás para la industria consagrada, puesto que se considera que estás en un limbo de aprendizaje y consolidación. Mientras quemas esa fase puedes hacer lo que quieras con tus creaciones: regalarlas, venderlas a un precio irrisorio, montarte tu web y tus propios canales de distribución, presumir de autogestión, de igualdad, de justicia, de buenismo, de vanguardia... Lo que quieras, porque mientras no hagas ganar dinero a terceros no serás nadie ni interesarás a los intermediarios de la copia.
Puede que un día des el salto, que tengas suerte, que madures como artista o que en el extranjero reconozcan tu talento; lo que es seguro es que la industria nunca vendrá a buscarte por tus méritos creativos. Es posible que hayas acumulado suficiente prestigio y audiencia y eso te haga visible para la parte de la industria que se rige por el modelo Sinde. En ese momento deberás elegir: o dar ejemplo de coherencia y seguir con tu sistema de venta, rechazando las ofertas para dar el salto a la industria de los consagrados o sacudirte todo asomo de diginidad y apostar por las industrias que te garantizan ingresos porque detrás tienen una legislación que les provee de ingresos aunque no vendan.
Unos pocos resisten la tentación (lo que les impide vivir exclusivamente de sus obras y, por si fuera poco, les etiqueta para siempre como ingenuos o pringados), mientras que la inmensa mayoría hace de su capa un sayo y abraza la causa de los creadores que necesitan vender muchas copias porque reciben una mísera compensación por cada una, afirmando fariseamente que no olvidarán su pasado, que intentarán cambiar las cosas y/o que no podrán con ellos. Esa mayoría firma un contrato-basura por el que pierden todo control sobre sus obras y oficializan su precariedad laboral, porque es lo más cómodo y porque todos nos hacemos mayores y buscamos la seguridad de un sistema flagrantemente injusto y descompensado pero que funciona para los pocos privilegiados que pueden acceder a él. No seré yo el que les censure por ser egoístas; lo que me parece lamentable es que traten de presentar su declive de ventas como un robo, un apocalipsis sociocultural o la vulneración intolerable de un derecho inexistente (creer que existe un «derecho» a vivir de las propias creaciones).
Mientras tanto, Internet hervirá de iniciativas ilusionadas, igualitaristas, cooperativas culturales, plataformas de usuarios y demás inventos que servirán de vivero a nuevos artistas; y de paso pondrán a caldo el modelo de gestión para consagrados, echarán pestes de los que se cambian de bando y lograrán unas pocas victorias parciales que servirán de argumento en foros, debates y discusiones interminables. Pero no cambiará nada: la industria para consagrados seguirá generando beneficios a base de contratos abusivos y el gobierno les entregará --porque la ley lo avala-- un dinero que consideran que se les debe. Para esta gente hay dos premisas innegociables: 1) que el artista tiene derecho a vivir de sus obras y 2) la venta de copias de sus obras es la única manera que tiene de obtener ingresos. No les sacaremos de ahí.
No habrá forma de cambiar los márgenes de las partes contratantes ni hacer llamamientos a boicots en forma de consumo responsable, porque aunque nadie compre copias de las obras de los boicoteados éstos seguirán percibiendo ingresos por decreto de copias que han dejado de vender en base a criterios imposibles de establecer. ¿Cómo calcular lo que dejamos de vender o ganar? Eso no importa, lo importante es conseguir que el gobierno reconozca por ley su pérdida (como ya ha sucedido con las eléctricas) y les compense por ello durante dos o más generaciones.
A la gente que, como yo, acumulamos lecturas, procuramos mantenernos informados, luchamos por alcanzar una buena capacidad de síntesis, perfilamos nuestro espíritu crítico a base de comparar fuentes y, además, escribimos sin faltas de ortografía, nos pueden dar por el culo. Simplemente no contamos, no existimos, no somos nada, porque no suponemos una amenaza para El Sistema, ya que hemos decidido ofrecer nuestra contribución a cambio de nada, no porque estemos convencidos de que nadie se hace millonario exclusivamente a base de talento.
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