Sacar la pata de donde se ha metido y el cabreo de los expertos...
Es justo reconocer los errores, en este caso las inexactitudes: estoy leyendo el libro Web 2.0 (espero que Tim O'Reilly no me demande por usar su marca registrada) de los colaboradores de Microsiervos Antonio Fumero y Genís Roca, y en el que sí se preocupan de hablar del origen determinados conceptos que el señor Juan Cueto manejaba --en un artículo que me preocupé de alabar-- de una forma calculadamente ambigua, como si fueran inventos fruto de su reflexión. En aquel post elogié a Cueto por su agudeza al hablar de inmigrantes y nativos digitales, cuando en realidad son de Mark Prensky, que los parió en 2001. No sé si Cueto conoció la dicotomía nativo/inmigrante a través del libro de Fumero y Roca, o de la entrevista de Intervenir en 2005, o del mismo O'Reilly, o de ves a saber qué búsqueda googlera o conversación posconferencial/pospresentacional, pero por lo menos creo que debería mencionar --aunque fuera de pasada-- de dónde extrae sus fuentes de reflexión (aunque no sean dominicales). Por lo que a mí respecta, escribiré quinientas veces en mi Tablet PC: quitaré el IVA a todos mis gurús y procuraré llegar hasta la fuente original, o al menos contrastarla antes de lanzarme a elogiar o a criticar sin medida.
Y ahora que he purgado mi mala conciencia, me dedico a mi repaso reflexivo de las novedades tecnócratas:
Los expertos en rumores y filtraciones han quedado seriamente tocados bajo la línea de flotación, puesto que el esperado asalto a la telefonía móvil por parte de Google no es un terminal (imagino que los de Apple respirarán aliviados) sino el anuncio de una plataforma de software libre específicamente diseñada para terminales móviles, que es una cosa muy diferente. Aparte del hecho de que se trata de una iniciativa compartida con otras 24 empresas, lo cual le otorga unas garantías sólidas en su lanzamiento, es un proyecto directamente relacionado con lo que mejor hace Google: software, y encuadrado en el sector más emergente y de inmediato beneficio que existe: la telefonía móvil. Es un triple acierto al que hay que añadir el hecho de que sea una arquitectura abierta, con lo que la innovación y la libre competencia están garantizadas ¿Quién más puede decir lo mismo? Ahora sólo falta esperar que el craker de turno cuelgue en Youtube su tecno-briconsejo en el que ha conseguido instalar Android --así se llama el invento de Google, como la startup que compró sigilosamente en pleno verano de 2005-- en un iPhone. Más de uno estará ya dándole vueltas al tema.
Tras este fracaso evidente del pensamiento previsional más aparentemente capacitado no es de extrañar que el gremio contraataque: es noticia que los efectos masificadores de la blogosfera están pasando factura a expertos de todo tipo (en el sentido más tradicional del término: consultores, asesores, catedráticos...). Lo cual no nos debe extrañar, pues si todo el mundo tiene un blog, si todo el mundo opina, se hace muy difícil separar el grano de la paja y distinguir al buen profesional (antes había muy pocos y era fácil saber dónde encontrarlos) del aprovechado o del zumbado. Algo muy parecido les sucede a los editores: ya existen informes que argumentan con datos lo que el sentido común intuía hace tiempo, a saber, que lo que para los grandes medios tradicionales es noticia no lo es para esa multitud de personas anónimas que mantiene sus blogs a su manera. Para éstos se trata de destacar cosas prácticas, que aporten alguna ventaja (o afecten) a los temas y acontecimientos sobre los que se sienten concernidos. La conclusión a la que llega Nicholas Carr es que, al haber tantos editores como personas, las noticias se han embrutecido.
Nueva obviedad: está claro que no todo el mundo tiene algo interesante que decir, ni está capacitado para ofrecer una buena selección de hechos noticiables; hay gente que lo hace más o menos bien de forma natural e instintiva, mientras que una gran mayoría son torpes por naturaleza... Lo que no se puede hacer es denunciar la posibilidad de que cada individuo se convierta en editor (aficionado o con aspiraciones profesionales). Desde el punto de vista de un profesional de toda la vida, el problema más inmediato al que tiene que enfrentarse es que su competencia se verá incrementada con aquellos aficionados que lo hacen bien (no son tantos); aun así ¿a qué viene tanta preocupación por la legión de los que lo hacen mal si está claro que esos no son competencia? ¿A qué vienen estas pataletas clasistas?
Para certificar el acta de este divorcio entre agremiados y neófitos llega Andrew Keen, que en su libro The cult of the amateur denuncia precisamente el intrusismo de esos blogueros/editores recién llegados (en versión para el usuario/consumidor: de los que no estamos agremiados ni prestigiados a la manera tradicional, ni académica ni socialmente), quienes por lo visto representamos una amenaza. De hecho, el elitista argumento central de la obra no se basa en nuestra competencia, preparación y experiencia, sino en nuestra ausencia de prestigio, razón por la que no nos considera expertos en nada. Se trata de la clásica defensa del statu quo desde el corporativismo más rancio; síntoma inequívoco de que los expertos han visto peligrar sus fuentes de ingresos. Lo curioso es que esto no impide a Keen mantener su blog como si fuera un usuario/consumidor más. Imagino que lo que le debe sentar peor es tener tantos árboles alrededor y que su aportación --a veces no demasiado interesante-- tenga que abrirse paso por méritos propios.
Por suerte no todos los expertos piensan igual, y por ejemplo Francis Pisani coloca el debate en su contexto justo: la blogosfera --lo mismo que la Larga Cola-- no funciona sin la existencia de medios tradicionales ni sitios de información profesional. Se necesitan ambos para que florezca por reacción una blogosfera de aficionados, así que no hay que plantear las cosas en términos de enfrentamiento ni de sustitución de uno por otro. Lo que asusta es la libre competencia; esto lo saben muy bien los empresarios, quizá para los tecnócratas sea algo relativamente nuevo.
Termino con una idea-fuerza que he leído en varios textos recientes y que me ayuda a balizar mentalmente ese concepto inabarcable que es la Web. Lo resumo tal y como me lo formulo mentalmente: la sociedad digital ha acabado con las fronteras geográficas, pero potencia inevitablemente las idiomáticas. De nuevo encontramos un contexto en el que las lenguas pueden dividir; aunque esa misma división proporciona un criterio objetivo para empezar a segmentar el magma digital de usuarios/consumidores que ahora somos. No es una advertencia ni una amenaza sino un consuelo: aprender un idioma es más fácil que quedar atrapado en las alambradas de cualquier frontera geopolítica.
Y ahora que he purgado mi mala conciencia, me dedico a mi repaso reflexivo de las novedades tecnócratas:
Los expertos en rumores y filtraciones han quedado seriamente tocados bajo la línea de flotación, puesto que el esperado asalto a la telefonía móvil por parte de Google no es un terminal (imagino que los de Apple respirarán aliviados) sino el anuncio de una plataforma de software libre específicamente diseñada para terminales móviles, que es una cosa muy diferente. Aparte del hecho de que se trata de una iniciativa compartida con otras 24 empresas, lo cual le otorga unas garantías sólidas en su lanzamiento, es un proyecto directamente relacionado con lo que mejor hace Google: software, y encuadrado en el sector más emergente y de inmediato beneficio que existe: la telefonía móvil. Es un triple acierto al que hay que añadir el hecho de que sea una arquitectura abierta, con lo que la innovación y la libre competencia están garantizadas ¿Quién más puede decir lo mismo? Ahora sólo falta esperar que el craker de turno cuelgue en Youtube su tecno-briconsejo en el que ha conseguido instalar Android --así se llama el invento de Google, como la startup que compró sigilosamente en pleno verano de 2005-- en un iPhone. Más de uno estará ya dándole vueltas al tema.
Tras este fracaso evidente del pensamiento previsional más aparentemente capacitado no es de extrañar que el gremio contraataque: es noticia que los efectos masificadores de la blogosfera están pasando factura a expertos de todo tipo (en el sentido más tradicional del término: consultores, asesores, catedráticos...). Lo cual no nos debe extrañar, pues si todo el mundo tiene un blog, si todo el mundo opina, se hace muy difícil separar el grano de la paja y distinguir al buen profesional (antes había muy pocos y era fácil saber dónde encontrarlos) del aprovechado o del zumbado. Algo muy parecido les sucede a los editores: ya existen informes que argumentan con datos lo que el sentido común intuía hace tiempo, a saber, que lo que para los grandes medios tradicionales es noticia no lo es para esa multitud de personas anónimas que mantiene sus blogs a su manera. Para éstos se trata de destacar cosas prácticas, que aporten alguna ventaja (o afecten) a los temas y acontecimientos sobre los que se sienten concernidos. La conclusión a la que llega Nicholas Carr es que, al haber tantos editores como personas, las noticias se han embrutecido.
Nueva obviedad: está claro que no todo el mundo tiene algo interesante que decir, ni está capacitado para ofrecer una buena selección de hechos noticiables; hay gente que lo hace más o menos bien de forma natural e instintiva, mientras que una gran mayoría son torpes por naturaleza... Lo que no se puede hacer es denunciar la posibilidad de que cada individuo se convierta en editor (aficionado o con aspiraciones profesionales). Desde el punto de vista de un profesional de toda la vida, el problema más inmediato al que tiene que enfrentarse es que su competencia se verá incrementada con aquellos aficionados que lo hacen bien (no son tantos); aun así ¿a qué viene tanta preocupación por la legión de los que lo hacen mal si está claro que esos no son competencia? ¿A qué vienen estas pataletas clasistas?
Para certificar el acta de este divorcio entre agremiados y neófitos llega Andrew Keen, que en su libro The cult of the amateur denuncia precisamente el intrusismo de esos blogueros/editores recién llegados (en versión para el usuario/consumidor: de los que no estamos agremiados ni prestigiados a la manera tradicional, ni académica ni socialmente), quienes por lo visto representamos una amenaza. De hecho, el elitista argumento central de la obra no se basa en nuestra competencia, preparación y experiencia, sino en nuestra ausencia de prestigio, razón por la que no nos considera expertos en nada. Se trata de la clásica defensa del statu quo desde el corporativismo más rancio; síntoma inequívoco de que los expertos han visto peligrar sus fuentes de ingresos. Lo curioso es que esto no impide a Keen mantener su blog como si fuera un usuario/consumidor más. Imagino que lo que le debe sentar peor es tener tantos árboles alrededor y que su aportación --a veces no demasiado interesante-- tenga que abrirse paso por méritos propios.
Por suerte no todos los expertos piensan igual, y por ejemplo Francis Pisani coloca el debate en su contexto justo: la blogosfera --lo mismo que la Larga Cola-- no funciona sin la existencia de medios tradicionales ni sitios de información profesional. Se necesitan ambos para que florezca por reacción una blogosfera de aficionados, así que no hay que plantear las cosas en términos de enfrentamiento ni de sustitución de uno por otro. Lo que asusta es la libre competencia; esto lo saben muy bien los empresarios, quizá para los tecnócratas sea algo relativamente nuevo.
Termino con una idea-fuerza que he leído en varios textos recientes y que me ayuda a balizar mentalmente ese concepto inabarcable que es la Web. Lo resumo tal y como me lo formulo mentalmente: la sociedad digital ha acabado con las fronteras geográficas, pero potencia inevitablemente las idiomáticas. De nuevo encontramos un contexto en el que las lenguas pueden dividir; aunque esa misma división proporciona un criterio objetivo para empezar a segmentar el magma digital de usuarios/consumidores que ahora somos. No es una advertencia ni una amenaza sino un consuelo: aprender un idioma es más fácil que quedar atrapado en las alambradas de cualquier frontera geopolítica.
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