Acabo de leer Microsiervos y...
... debo reconocer que me ha cautivado porque tiene todos los elementos necesarios para convertirse en una novela generacional. Y su autor, Douglas Coupland, lo sabe y lo explota con toda la lucidez de la que es capaz. Estamos en 1995: en España todavía permanecemos en la fase de deslumbramiento por los "procesadores" de textos (como si los textos fueran algo que se procesara, al estilo de las instrucciones que maneja un ordenador), esperando en cada versión que nuestro "procesador" hiciera más cosas y disfrutáramos de más funciones adicionales que el vecino. Eran los tiempos en los que pasábamos del espartano interfaz del WordPerfect 5.1 (quienes dominaban esta versión decían que era el canon eternamente remontante de los procesadores de texto) al entorno gráfico de Word 5.1 (los de Seattle se saltaron unas cuantas versiones para superar en el subdígito a WordPerfect). Mientras tanto, los recién llegados predicábamos las virtudes de Amipro/WordPro, como si nuestra alternativa supusiera alguna novedad respecto al desierto programado.
Sin embargo, en EE UU, en ese mismo año, a pesar de que las grandes corporaciones entretenían sus recursos en cosas como la versión noruega y sin fallos de Word, disfrutaban de una incipiente Web 2.0, la misma que nos parece hoy tan moderna. Eran los tiempos en los que un nerd podía plantear sus paradojas/perplejidades a una comunidad mundial, anónima, e igualmente deslumbrada por la tecnología: los grupos de noticias, en los que cada entrada suponía una nueva versión de la realidad. Hoy día esos grupos son historia (a veces cargante, como la de los hippies) y han mutado en blogs: cada aportación está mucho más individualizada, expresada en una serie de enlaces escogidos, un título, un perfil de usuario... Y sin embargo, antes era cuestión de un simple nick que dejaba su anónima contribución. La blogosfera no es un invento surgido de la nada, a pesar de que siga manteniendo el espejismo de un mundo solidario que trata de aportar luz a los enigmas del mundo que contribuimos a enredar cada hora. Al fin y al cabo, la edad y el concepto de generación no son algo banal en Microsiervos.
Siguiendo una política muy parecida, Google desembolsó en 2001 una buena cantidad de dólares para hacerse con los grupos de Usenet, el mítico servicio de foros que almacenaba los contenidos publicados desde 1981 en los 'newsgroups', los foros del paleozoico de Internet, atravesados de cabo a rabo por la utopía solidaria (como las asambleas okupas), y que se convirtieron (previa creación de cuenta de usuario) en Google Groups. Me pregunto si todo ese desembolso por una información igual de útil que el registro de bautismos de Palencia ha servido para algo, excepto para que unos pocos nostálgicos/pioneros sientan que Google se preocupa verdaderamente por los usuarios/consumidores, la etiqueten de la auténtica sucesora de la "auténtica Internet", y le concedan su bendición en los blogs de éxito que ahora mantienen.
Da igual, Coupland escribe muy bien y demuestra su oficio retratando a la complaciente sociedad estadounidense de los noventa, cuyo conservadurismo se impone a pesar de las deformaciones inéditas introducidas por la vida rodeada de tecnología emergente que caracteriza al Valle del Silicio: la familia, los amigos, el amor, la autenticidad de las cosas... Y no sólo eso, también sabe clavar el retrato inmisericorde de los tecnócratas y su estilo de vida, sin duda la mejor manera que tiene cualquiera de eliminar todo rastro de vida personal: trabajar en Microsoft o en cualquier corporación que mute en algo igual de universal.
Termino con un fragmento de la novela (pensando ingenuamente que eso espoleará a alguno a leerla) que todavía me da que pensar: "Intenta no pensar que pelas una naranja. Intenta no imaginar el jugo que te chorrea por los dedos, la suave cara interior de la piel. El olor. Inténtalo, pero no podrás. El cerebro no procesa negaciones".
¿Será verdad?
Sin embargo, en EE UU, en ese mismo año, a pesar de que las grandes corporaciones entretenían sus recursos en cosas como la versión noruega y sin fallos de Word, disfrutaban de una incipiente Web 2.0, la misma que nos parece hoy tan moderna. Eran los tiempos en los que un nerd podía plantear sus paradojas/perplejidades a una comunidad mundial, anónima, e igualmente deslumbrada por la tecnología: los grupos de noticias, en los que cada entrada suponía una nueva versión de la realidad. Hoy día esos grupos son historia (a veces cargante, como la de los hippies) y han mutado en blogs: cada aportación está mucho más individualizada, expresada en una serie de enlaces escogidos, un título, un perfil de usuario... Y sin embargo, antes era cuestión de un simple nick que dejaba su anónima contribución. La blogosfera no es un invento surgido de la nada, a pesar de que siga manteniendo el espejismo de un mundo solidario que trata de aportar luz a los enigmas del mundo que contribuimos a enredar cada hora. Al fin y al cabo, la edad y el concepto de generación no son algo banal en Microsiervos.
Siguiendo una política muy parecida, Google desembolsó en 2001 una buena cantidad de dólares para hacerse con los grupos de Usenet, el mítico servicio de foros que almacenaba los contenidos publicados desde 1981 en los 'newsgroups', los foros del paleozoico de Internet, atravesados de cabo a rabo por la utopía solidaria (como las asambleas okupas), y que se convirtieron (previa creación de cuenta de usuario) en Google Groups. Me pregunto si todo ese desembolso por una información igual de útil que el registro de bautismos de Palencia ha servido para algo, excepto para que unos pocos nostálgicos/pioneros sientan que Google se preocupa verdaderamente por los usuarios/consumidores, la etiqueten de la auténtica sucesora de la "auténtica Internet", y le concedan su bendición en los blogs de éxito que ahora mantienen.
Da igual, Coupland escribe muy bien y demuestra su oficio retratando a la complaciente sociedad estadounidense de los noventa, cuyo conservadurismo se impone a pesar de las deformaciones inéditas introducidas por la vida rodeada de tecnología emergente que caracteriza al Valle del Silicio: la familia, los amigos, el amor, la autenticidad de las cosas... Y no sólo eso, también sabe clavar el retrato inmisericorde de los tecnócratas y su estilo de vida, sin duda la mejor manera que tiene cualquiera de eliminar todo rastro de vida personal: trabajar en Microsoft o en cualquier corporación que mute en algo igual de universal.
Termino con un fragmento de la novela (pensando ingenuamente que eso espoleará a alguno a leerla) que todavía me da que pensar: "Intenta no pensar que pelas una naranja. Intenta no imaginar el jugo que te chorrea por los dedos, la suave cara interior de la piel. El olor. Inténtalo, pero no podrás. El cerebro no procesa negaciones".
¿Será verdad?
Comentarios
saludossss
muchas gracias!!!!!!!!!
http://www.laie.es/html2006/busqueda/detalle.php?fr_codLibro=242232
Nos leemos!!!