Teorías convenientes para mi mentalidad: 4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
1. Las fases en una relación de pareja
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
He querido documentar algunas de mis intuiciones antes de escribir esto, y he salido agradablemente reforzado de la experiencia: comencé leyendo El arte de enamorar de Antoni Bolinches y he comprobado que mi teoría de las tres fases es bastante compatible con la jerga profesional de los expertos en relaciones y otros gurús que hacen de las relaciones de pareja un modelo de negocio. El libro no dice nada que un poco de sentido común y autoestima proporcionen individualmente, pero es bueno que alguien con un poco de perspectiva ofrezca ayuda a los despistados o incompletos.
Aun así, tras tantos y tan buenos consejos, perfectamente argumentados, llenos de positividad, buena educación y ganas de superación, yo le pediría al señor Bolinches que se diera una vuelta por los locales de ocio juvenil y viera si sus recomendaciones son ciertamente la pauta mayoritaria. Y luego le preguntaría si cree que vale la pena universalizar una teoría sobre las relaciones asumiendo que es necesario tener un mínimo de veinte años de experiencia en ese campo (y casi seguro estudios superiores) para interiorizarla. Ya ni me planteo lo que supondría ponerla en práctica. Como paisaje ideal no está mal, pero lo cierto es que nadie que no tenga la necesidad urgente de recomponer/recuperar/enderezar una relación conyugal se comporta como dice el libro que nos deberíamos comportar.
No obstante, ya casi acabando, me encuentro con este diagnóstico tan certero como sintético; tan cierto como demoledor, capaz de abrir los ojos al más escéptico y explicar parcialmente la ingente tarea de evolución que nos queda por realizar como seres sociales. Su utilidad es tal que deberíamos tomarlo como un punto de partida; mejor aún, como una premisa dada al nacer. No, todavía mejor aún: como parte del núcleo duro de la educación sentimental de nuestros menores:
Las negritas del primer punto son mías, y es una verdad tan cierta como ignorada, y deberían imprimirla por decreto ley en todas las servilletas de los banquetes de boda en un tipo de letra enorme. Pero ni aun así: igual que los accidentes de tráfico o los mensajes apocalípticos de las cajetillas de tabaco, la gente pensaría que eso no le va a pasar a él, que tiene su propio sistema para mantener a raya la rutina. Y además su relación de pareja es de Fase 3.
No es solamente lo lunático del vínculo permanente y exclusivo, es que además la convivencia conseguirá sacar lo peor de tí. Y encima, para acabar de rematarlo, resulta que aunque termine como el rosario de la aurora, existe la posibilidad de salir mejorado de la experiencia. Sólo por esto merece la pena lanzarse a convivir: porque proporciona evidencias irrefutables acerca de lo absurdo de nuestras primeras teorías sobre las relaciones; incluso nos lleva a desear no caer en los mismos errores en la siguiente oportunidad. La mala noticia es que --debido a nuestro genoma-- vamos a seguir metiendo la pata la primera vez; la buena es que a partir de la segunda --si estamos atentos-- nos dejarán introducir algunos cambios.
La convivencia resuelve de forma fácil y elegante el acceso regulado al sexo (no es la única opción, aunque sí la mayoritaria), garantiza unas buenas condiciones para la crianza de los hijos (no es la única opción, aunque sí la mayoritaria) y además, ¡permite madurar a algunos/as! Un fracaso convivencial no cuestiona la validez de un modelo tan eficaz, pero tampoco estaría de más encarar la primera relación de convivencia (y esto incluye la decisión de casarse y organizar un gran bodorrio) con la misma ilusión que otros tránsitos vitales más puntuales, igualmente voluntarios: licenciarse, trabajo estable, descendencia... Más de uno y más de una se ahorrarían unas cuantas decepciones.
Mientras llegan estos telúricos cambios, a modo de apoyo terapéutico, estaría bien repetir mentalmente, de vez en cuando, mientras conducimos o esperamos en cualquier cola, este sencillo mantra: la alternativa a una pareja mala o estropeada es otra pareja mejor. Tanto da que sea la misma u otra nueva.
(continuará)
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
He querido documentar algunas de mis intuiciones antes de escribir esto, y he salido agradablemente reforzado de la experiencia: comencé leyendo El arte de enamorar de Antoni Bolinches y he comprobado que mi teoría de las tres fases es bastante compatible con la jerga profesional de los expertos en relaciones y otros gurús que hacen de las relaciones de pareja un modelo de negocio. El libro no dice nada que un poco de sentido común y autoestima proporcionen individualmente, pero es bueno que alguien con un poco de perspectiva ofrezca ayuda a los despistados o incompletos.
Aun así, tras tantos y tan buenos consejos, perfectamente argumentados, llenos de positividad, buena educación y ganas de superación, yo le pediría al señor Bolinches que se diera una vuelta por los locales de ocio juvenil y viera si sus recomendaciones son ciertamente la pauta mayoritaria. Y luego le preguntaría si cree que vale la pena universalizar una teoría sobre las relaciones asumiendo que es necesario tener un mínimo de veinte años de experiencia en ese campo (y casi seguro estudios superiores) para interiorizarla. Ya ni me planteo lo que supondría ponerla en práctica. Como paisaje ideal no está mal, pero lo cierto es que nadie que no tenga la necesidad urgente de recomponer/recuperar/enderezar una relación conyugal se comporta como dice el libro que nos deberíamos comportar.
No obstante, ya casi acabando, me encuentro con este diagnóstico tan certero como sintético; tan cierto como demoledor, capaz de abrir los ojos al más escéptico y explicar parcialmente la ingente tarea de evolución que nos queda por realizar como seres sociales. Su utilidad es tal que deberíamos tomarlo como un punto de partida; mejor aún, como una premisa dada al nacer. No, todavía mejor aún: como parte del núcleo duro de la educación sentimental de nuestros menores:
1. Lo que está en crisis no es la pareja como estructura básica de convivencia sino la expectativa de vínculo exclusivo y permanente.
2. Parte de los problemas de pareja no se generan por la relación sino que se manifiestan en ella [...] problemas personales que emergen en la convivencia.
3. La pareja, por tratarse de un compromiso voluntario de convivencia, puede actuar de marco facilitador para que las partes maduren como personas y se enriquezcan recíprocamente.
2. Parte de los problemas de pareja no se generan por la relación sino que se manifiestan en ella [...] problemas personales que emergen en la convivencia.
3. La pareja, por tratarse de un compromiso voluntario de convivencia, puede actuar de marco facilitador para que las partes maduren como personas y se enriquezcan recíprocamente.
Las negritas del primer punto son mías, y es una verdad tan cierta como ignorada, y deberían imprimirla por decreto ley en todas las servilletas de los banquetes de boda en un tipo de letra enorme. Pero ni aun así: igual que los accidentes de tráfico o los mensajes apocalípticos de las cajetillas de tabaco, la gente pensaría que eso no le va a pasar a él, que tiene su propio sistema para mantener a raya la rutina. Y además su relación de pareja es de Fase 3.
No es solamente lo lunático del vínculo permanente y exclusivo, es que además la convivencia conseguirá sacar lo peor de tí. Y encima, para acabar de rematarlo, resulta que aunque termine como el rosario de la aurora, existe la posibilidad de salir mejorado de la experiencia. Sólo por esto merece la pena lanzarse a convivir: porque proporciona evidencias irrefutables acerca de lo absurdo de nuestras primeras teorías sobre las relaciones; incluso nos lleva a desear no caer en los mismos errores en la siguiente oportunidad. La mala noticia es que --debido a nuestro genoma-- vamos a seguir metiendo la pata la primera vez; la buena es que a partir de la segunda --si estamos atentos-- nos dejarán introducir algunos cambios.
La convivencia resuelve de forma fácil y elegante el acceso regulado al sexo (no es la única opción, aunque sí la mayoritaria), garantiza unas buenas condiciones para la crianza de los hijos (no es la única opción, aunque sí la mayoritaria) y además, ¡permite madurar a algunos/as! Un fracaso convivencial no cuestiona la validez de un modelo tan eficaz, pero tampoco estaría de más encarar la primera relación de convivencia (y esto incluye la decisión de casarse y organizar un gran bodorrio) con la misma ilusión que otros tránsitos vitales más puntuales, igualmente voluntarios: licenciarse, trabajo estable, descendencia... Más de uno y más de una se ahorrarían unas cuantas decepciones.
Mientras llegan estos telúricos cambios, a modo de apoyo terapéutico, estaría bien repetir mentalmente, de vez en cuando, mientras conducimos o esperamos en cualquier cola, este sencillo mantra: la alternativa a una pareja mala o estropeada es otra pareja mejor. Tanto da que sea la misma u otra nueva.
(continuará)
Comentarios
Desde mi punto de vista, "Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia" es en parte, miedo a la soledad, a la vejez, inseguridad o la necesidad de cuidar o ser cuidado por alguien.
Por eso yo no convivo con nadie -A excepción de mi hermano y xq no me queda otro remedio-. Hay que tener muchas ganas y mucha voluntad, o estar muy loco, para irse a vivir con alguien. Hay que cambiar maneras, hábitos de comida, ha de incrementarse el nivel de paciencia y tolerancia, un saber "pasar la mano" en algunas ocasiones... y todo por un sexo que mengua con el tiempo, por una desvanecedora pasión y por una aparición de semi-dependencia hacia esa persona.
Y no es por ponerme en plan pesimista, claro que la convivencia tiene sus ventajas, vais a medias en facturas, cenas, viajes y... bueno, no se me ocurre mucho más que me pueda interesar. Pero hoy por hoy, estoy más a favor de la soltería y la promiscuidad segura. Sí porque, lo bueno de conocer a otras personas, es el pack tan goloso que ofrecen. Puedes ir a pasear a media tarde y tomar un café para entablar conversación, ir al cine o a cenar, a tomar una copa, visitar alguna galería, algún monumento... siempre vas aprendiendo cosas diferentes de cada una de esas personas, cosa que no sucede con una pareja estable, que hace simpre los mismos chistes, los mismos comentarios, la borrachera tan grande que pilló con su mejor amigo...
Y por último el postre, q hay para todos los gustos, aunque algunos sorprenden más que otros, pero ya sale a cuenta, xq es como una caja de bombones... jajajaja. Y la espectación y lo nuevo siempre atrae!!
En resumen, yo dejaría la convivencia, para cuando te hayas cansado de conocer gente; que hay personas maravillosas con las que puedes disfrutar de momentos únicos e irrepetibles, caricias, besos, sonrisas y pasiones TODAS DISTINTAS. ¿Cómo perderse algo así?
Un abrazo Pepe y gracias por este post tan bueno. Me hace seguir queriendo estar soltera. jajajaja.
Promiscuidad segura forever!!!!!