¿Necesitamos otra lógica? (4)

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29/08/2007
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29/03/2010

Las democracias occidentales contemporáneas se han convertido en auténticas oligocracias al estilo de las antiguas teocracias gobernadas por elites endogámicas de los sumerios o los aztecas: legalistas, discutidoras, jerárquicas, burocráticas, oscurantistas. Los cinco adjetivos tienen vigencia en ambos contextos a pesar de los 5.000 años que las separan. Eso no impide que en los libros de texto se descalifique implícitamente el feudalismo, el absolutismo, las dictaduras o cualquier sistema político del pasado por estos o parecidos motivos. Cabría suponer que esto es así porque, desde una perspectiva pedagógica, es contraproducente resaltar los defectos del sistema democrático vigente porque eso restaría confianza en los valores que se pretenden transmitir.

Más preocupante resulta leer y oir a los gurús y opinadores profesionales recomendando a diestro y siniestro transiciones democráticas en países que aún no lo son, tratar de reconducir tensiones y conflictos locales por la vía del consenso y la renuncia a la violencia, o cantar el conocido mantra acerca de los logros y ventajas de las democracias occidentales en supuestos argumentarios para jóvenes y descreídos que cuestionan/amenazan la estabilidad del Sistema. Sin embargo, a esa misma gente no se le cae una palabra acerca de las contradicciones que amenazan con atrofiar su funcionamiento.

Si esto es así, ¿cuál es el lugar que le corresponde a la autocrítica sin maquillaje? ¿Dónde se puede y se debe airear sin mentiras ni medias verdades los auténticos defectos y los males de las democracias? Si esto queda únicamente para los airados, los antisistema o los que se consideran al margen de intereses ocultos, convencidos de estar en posesión de la objetividad y del único punto de vista correcto, apañados estamos.

La sinceridad, la exposición clara y sencilla de las cosas, hace tiempo que ha sido barrida de los medios de comunicación: todo es jerga especializada que certifica como experto a quien la maneja y oculta las vengüenzas que a los no iniciados les resultan obvias. Esta es una de las perversas consecuencias de la negativa del lenguaje político a reconocer errores y a llamar a las cosas por su nombre. Los líderes políticos siguen creyendo que hacer eso les restará popularidad (y a su partido, votos). Esa misma gente, aparentemente ultrapreparada, trabaja y actúa convencida de que la dimisión cotidiana ante una mala administración no es la causa de la desmovilización de los ciudadanos; estos pobres ingenuos siguen creyendo que sus declaraciones y actos son las únicas variables que influyen en los ascensos y descensos del compromiso electoral. Seamos claros: para que algo cambie, esto es lo primero que hay que erradicar.

http://bajarsealbit.blogspot.com/2011/02/necesitamos-otra-logica-4.html

Comentarios

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