¿Necesitamos otra lógica? (2)
Versión beta (29/08/2007): ¿Necesitamos otra lógica?
«Hace ya un tiempo que en el primer mundo existe una extendida conciencia de la injusticia que esta desigualdad supone, de la relación causal entre la riqueza de unos y la pobreza de los otros. Las ayudas financieras y la cooperación han aumentado mucho en los últimos tiempos. Pero la generosidad de unos pocos no basta. Son simples gestos, humanamente admirables, pero insuficientes. La solución a estas desigualdades vendrá por el camino del egoísmo: cuando el mundo rico se dé cuenta que la pobreza de los demás pone en peligro su prosperidad. Es entonces cuando empezarán a preocuparse y a buscar soluciones». Francesc de Carreras.
Acumulamos ya suficiente experiencia para admitir y reconocer en voz alta que los auténticos cambios sólo se producen por colapso del sistema vigente. La entropía nos enseña que así funcionan los sistemas complejos. Las reformas parciales que defiende la clase política son tan lentas y de alcance tan limitado que transcurren décadas hasta que los usos se adaptan a lo inicialmente reivindicado y se extienden las mejoras. Esto es especialmente válido en los ámbitos que más urge reformar: las protecciones sociales, la regulación del poder financiero y el funcionamiento interno de las instituciones oficiales. El resultado es un discurso permanente que anuncia cambios o mínimas reformas insuficientes que se revisten de soluciones integrales, ninguna de las cuales se materializa en el plazo prometido. Todo junto acaba generando desconfianza entre los que están condenados a escuchar los discursos y experimentar los cambios en sus vidas.
Dicho en un lenguaje más coyuntural: EE UU ni ningún país desarrollado van a ceder la más mínima cuota de poder de la que actualmente gozan en todos los organismos multilaterales precisamente porque eso restaría eficacia a las ventajas competitivas que disfrutan por decreto sus economías y la autoridad que exhiben sus sistemas políticos. Los países en desarrollo sólo accederán a la igualdad de trato en la diplomacia, a la justicia internacional y a la libre competencia en un mercado realmente globalizado cuando los desarrollados entren en colapso político y/o económico. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas seguirá gobernado por los principales fabricantes y exportadores de armas del mundo; los marines estadounidenses seguirán gozando de inmunidad frente a las actuaciones del Tribunal Penal Internacional; la Organización Mundial del Comercio seguirá siendo el foro privilegiado en el que los países desarrollados distorsionan desde su posición determinante los flujos comerciales del planeta. Únicamente acontecimientos como la caída del muro de Berlín o la actual crisis financiera internacional ofrecen alguna posiblidad (no siempre aprovechada) de que algo vaya a cambiar radicalmente. Nunca antes ni de ninguna otra manera.
«Hace ya un tiempo que en el primer mundo existe una extendida conciencia de la injusticia que esta desigualdad supone, de la relación causal entre la riqueza de unos y la pobreza de los otros. Las ayudas financieras y la cooperación han aumentado mucho en los últimos tiempos. Pero la generosidad de unos pocos no basta. Son simples gestos, humanamente admirables, pero insuficientes. La solución a estas desigualdades vendrá por el camino del egoísmo: cuando el mundo rico se dé cuenta que la pobreza de los demás pone en peligro su prosperidad. Es entonces cuando empezarán a preocuparse y a buscar soluciones». Francesc de Carreras.
Acumulamos ya suficiente experiencia para admitir y reconocer en voz alta que los auténticos cambios sólo se producen por colapso del sistema vigente. La entropía nos enseña que así funcionan los sistemas complejos. Las reformas parciales que defiende la clase política son tan lentas y de alcance tan limitado que transcurren décadas hasta que los usos se adaptan a lo inicialmente reivindicado y se extienden las mejoras. Esto es especialmente válido en los ámbitos que más urge reformar: las protecciones sociales, la regulación del poder financiero y el funcionamiento interno de las instituciones oficiales. El resultado es un discurso permanente que anuncia cambios o mínimas reformas insuficientes que se revisten de soluciones integrales, ninguna de las cuales se materializa en el plazo prometido. Todo junto acaba generando desconfianza entre los que están condenados a escuchar los discursos y experimentar los cambios en sus vidas.
Dicho en un lenguaje más coyuntural: EE UU ni ningún país desarrollado van a ceder la más mínima cuota de poder de la que actualmente gozan en todos los organismos multilaterales precisamente porque eso restaría eficacia a las ventajas competitivas que disfrutan por decreto sus economías y la autoridad que exhiben sus sistemas políticos. Los países en desarrollo sólo accederán a la igualdad de trato en la diplomacia, a la justicia internacional y a la libre competencia en un mercado realmente globalizado cuando los desarrollados entren en colapso político y/o económico. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas seguirá gobernado por los principales fabricantes y exportadores de armas del mundo; los marines estadounidenses seguirán gozando de inmunidad frente a las actuaciones del Tribunal Penal Internacional; la Organización Mundial del Comercio seguirá siendo el foro privilegiado en el que los países desarrollados distorsionan desde su posición determinante los flujos comerciales del planeta. Únicamente acontecimientos como la caída del muro de Berlín o la actual crisis financiera internacional ofrecen alguna posiblidad (no siempre aprovechada) de que algo vaya a cambiar radicalmente. Nunca antes ni de ninguna otra manera.
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