Historia apestosa de Occidente (Vol 1. La noche de los enrutadores rotos)
La información abunda tanto que amenaza con desbordar los dispositivos de almacenamiento; hay tanta que su valor es práctiamente nulo. Cuesta tanto verificar su verdad o la fiabilidad de la fuente que resulta más económico y más sencillo controlar las autopistas por donde circula. En un mundo en el que hay tanta información que casi molesta pero donde las autopistas por las que se desplaza son limitadas y concretas, ¿por dónde empezarías a controlar? El poder ha acabado por comprenderlo/aceptarlo y se ha puesto manos a la obra.
Supongamos que el tráfico de internet se parece a ese experimento escolar que consistía es esparcir limaduras de hierro sobre una superficie a la que luego se acercaba por debajo un imán. Las limaduras se distribuían trazando las líneas de fuerza de la atracción electromagnética. Aplicando ese supuesto imán al tráfico de internet veríamos que las partículas (los paquetes de información) se agrupan alrededor de una serie de nodos: son los core routers o enrutadores principales que forman la columna vertebral de internet, algo así como los peajes por los que acaba pasando el 100% de la información que se envía de un sitio a otro. Si alguien pudiera manipular de forma sincronizada los core routers se haría con el control de internet. Como esto es prácticamente imposible, dada la enorme redundancia de la red, cabe la posiblidad de presionar a los ISP para que impidan la salida o la llegada de paquetes de información (generalmente un dominio, pero también un país) hacia/desde los enrutadores. En la práctica eso equivale a cerrar el grifo de internet.
Los chinos ya lo practican (durante un tiempo con la ayuda de Google) con Tiananmen y la disidencia política, EE UU se ha quitado complejos de encima con el asunto Wikileaks; pero se trata de iniciativas de censura parcial, basadas en acuerdos o en la presión política. A raíz de las revueltas en Túnez y Egipto hemos asistido al primer apagón de un país entero por motivos políticos, como reacción ante el temor que supone permitir en tiempos convulsos que la información circule libremente, sin control gubernamental. Y el presidente egipcio Mubarak ha tenido el dudoso honor de ser el primer gobernante que toma una medida tan drástica y dictatorial.
La medida ha sido radical, y Egipto prácticamente fue extirpada de la red (al menos las principales ciudades): el gobierno ordenó el 28/01/2011 la interrupción del tráfico hacia los core routers que permiten enlazar con las redes internacionales, provocando con ello que ordenadores y móviles quedaran prácticamente inservibles. Los primeros incapaces de conectar con cualquier página o recurso fuera de las fronteras egipcias; los segundos sin poder enviar SMS y dificultando la convocatoria de iniciativas indeseadas.
Así se ejercerá la censura en el siglo XXI: ya tenemos un precedente de apagón parcial, de manipulación radical y descarada de los enrutadores. Ya no parecen tan lejanos y sagrados, al contrario, ahora resultan visibles y útiles. Por su parte, las consecuencias sociales y políticas ante medidas de este tipo se concretan en forma de imagen penosa para los gobiernos (que tratan de controlar inútilmente los flujos de información no convenientes) y de activismo espontáneo, pleno de objetivos a corto plazo, entre los usuarios/consumidores. Manipular los enrutadores es factible y aporta grandes ventajas políticas, aunque resulte evidente y escandaloso. Mubarak ha sido el primero al que no le ha importado que se sepa que lo ha hecho. El precedente ya está sentado.
Supongamos que el tráfico de internet se parece a ese experimento escolar que consistía es esparcir limaduras de hierro sobre una superficie a la que luego se acercaba por debajo un imán. Las limaduras se distribuían trazando las líneas de fuerza de la atracción electromagnética. Aplicando ese supuesto imán al tráfico de internet veríamos que las partículas (los paquetes de información) se agrupan alrededor de una serie de nodos: son los core routers o enrutadores principales que forman la columna vertebral de internet, algo así como los peajes por los que acaba pasando el 100% de la información que se envía de un sitio a otro. Si alguien pudiera manipular de forma sincronizada los core routers se haría con el control de internet. Como esto es prácticamente imposible, dada la enorme redundancia de la red, cabe la posiblidad de presionar a los ISP para que impidan la salida o la llegada de paquetes de información (generalmente un dominio, pero también un país) hacia/desde los enrutadores. En la práctica eso equivale a cerrar el grifo de internet.
Los chinos ya lo practican (durante un tiempo con la ayuda de Google) con Tiananmen y la disidencia política, EE UU se ha quitado complejos de encima con el asunto Wikileaks; pero se trata de iniciativas de censura parcial, basadas en acuerdos o en la presión política. A raíz de las revueltas en Túnez y Egipto hemos asistido al primer apagón de un país entero por motivos políticos, como reacción ante el temor que supone permitir en tiempos convulsos que la información circule libremente, sin control gubernamental. Y el presidente egipcio Mubarak ha tenido el dudoso honor de ser el primer gobernante que toma una medida tan drástica y dictatorial.
La medida ha sido radical, y Egipto prácticamente fue extirpada de la red (al menos las principales ciudades): el gobierno ordenó el 28/01/2011 la interrupción del tráfico hacia los core routers que permiten enlazar con las redes internacionales, provocando con ello que ordenadores y móviles quedaran prácticamente inservibles. Los primeros incapaces de conectar con cualquier página o recurso fuera de las fronteras egipcias; los segundos sin poder enviar SMS y dificultando la convocatoria de iniciativas indeseadas.
Así se ejercerá la censura en el siglo XXI: ya tenemos un precedente de apagón parcial, de manipulación radical y descarada de los enrutadores. Ya no parecen tan lejanos y sagrados, al contrario, ahora resultan visibles y útiles. Por su parte, las consecuencias sociales y políticas ante medidas de este tipo se concretan en forma de imagen penosa para los gobiernos (que tratan de controlar inútilmente los flujos de información no convenientes) y de activismo espontáneo, pleno de objetivos a corto plazo, entre los usuarios/consumidores. Manipular los enrutadores es factible y aporta grandes ventajas políticas, aunque resulte evidente y escandaloso. Mubarak ha sido el primero al que no le ha importado que se sepa que lo ha hecho. El precedente ya está sentado.
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