Portales de contactos. 1. ¿Cómo han llegado a hacerse imprescindibles?

Tenía muchas ganas de escribir este post, pero lo he ido retrasando porque quería tener los conceptos claros y la perspectiva y la disposición mental y sentimental adecuadas. No en vano soy parte del problema y, aunque suelo ser radical en mis opiniones, me gustaría creer que lo que expongo no es simplemente el resultado de contar la feria según me va (gran verdad donde las haya), sino de una reflexión que apunta más alto. Y como advertencia final antes de entrar en materia, diré que soy usuario de los portales de contactos desde hace años.

Unos textos de Michel Houellebecq me ayudarán a acotar el tema y a introducir mi estado de ánimo al respecto:

«El deseo en si, contrariamente al placer, es fuente de sufrimiento, de odio y de desgracia. Esto, todos los filósofos --no sólo los budistas, no sólo los cristianos, sino todos los filósofos dignos de este nombre-- lo sabían y lo profesaban. La solución de los utopistas, desde Platón a Huxley pasando por Fourier, consiste en apagar el deseo y el sufrimiento resultantes organizando la satisfacción inmediata. En el otro lado, la sociedad erótico-publicitaria en la que vivimos se esfuerza en organizar el deseo, en desarrollar el deseo en proporciones inauditas, mientras mantiene su satisfacción en la esfera de la vida privada. Para que la sociedad funcione, para que continúe la competición, es necesario que el deseo crezca, se esparza y devore la vida de los hombres» Las partículas elementales (1998).

«A veces el dinero se consigue por acumulación pura; o al contrario, por una acción audaz coronada por el éxito. [...] Al contrario, los criteros de la elección sexual eran exageradamente simples: se reducían a la juventud y a la belleza física. Claro que estas características tenían un precio, pero no un precio infinito. [...] Hoy, el reparto de poderes había cambiado: la belleza seguía teniendo todo su valor, pero se trataba de un valor de cambio, narcisista. Si al final la sexualidad había de entrar del todo en el sector de los bienes de intercambio, la mejor solución era sin duda recurrir al dinero, ese mediador universal que ya permitía asegurar una equivalencia precisa a la inteligencia, al talento, a la competencia técnica; que ya había permitido asegurar una estandarización perfecta de las opiniones, de los gustos, de los modos de vida» Las partículas elementales (1998).

«Una chica guapísima, a la que el conjunto de la población masculina --incluidos los que no tienen la menor esperanza de obtener con ello favor sexual alguno, que son la inmensa mayoría y quizás también los peores-- prodiga atenciones constantes y desmesuradas, [...] ante la que todas la dificultades desaparecen, a la que reciben en todas partes como si fuera la reina del mundo, se convierte de la manera más natural en un monstruo de egoísmo y de vanidad autosatisfecha. En este caso la belleza física desempeña exactamente el mismo papel que la nobleza de sangre en el Antiguo Régimen, y la breve conciencia que estas chicas guapísimas puedan tener en la adolescencia del origen meramente accidental de su rango pronto cede el paso a una sensación de superioridad innata, natural, instintiva, que las sitúa lejos y muy por encima del resto de la humanidad. De la misma manera, como todos los que la rodean no tienen otra meta que ahorrarle cualquier disgusto y adelantarse al menor de sus deseos, la chica guapísima llega a considerar que el resto del mundo se compone de criados suyos, mientras que ella no se ocupa de otra cosa que no sea cuidar su propio valor erótico en espera de conocer a un chico digno de recibir semejante obsequio» La posibilidad de una isla (2005).

Las novelas del escritor francés muestran tangencialmente una parte del fenómeno que aquí comento, pero sobre todo retratan a la perfección la tipología social y la moral predominantes de un mundo donde las relaciones entre los sexos han mutado tanto que el despiste, la desconfianza, la ira o la resignación son las reacciones más habituales ante el cambio sobrevenido, y en el que los portales de contactos han sido una consecuencia casi natural. Houellebecq muestra una sociedad occidental posindustrial y posideológica atrapada en una exigencia de hedonismo y narcisismo, subvencionada (por motivos económicos obvios) desde la publicidad y el consumismo. La reacción mayoritaria ante la imposibilidad de estar a la altura del modelo propuesto es, aparte de la decepción, el recurso al mercado como una forma de dar salida a unas necesidades cada vez más difíciles de satisfacer. El egoísmo y el miedo al fracaso dificultan todo compromiso sentimental, y una de sus consecuencias es la tendencia cada vez más extendida a vivir en soledad, junto con (en el caso de los hombres) el recurso, cada vez más aceptado socialmente, al mercado, cada vez menos alegal, de las relaciones sexuales. A pesar de su extremado pesimismo y radicalidad, estoy de acuerdo con lo fundamental de este panorama y las posibles consecuencias sociales que planean sobre él.

Ahora bien, el auténtico detonante de este post es otra cita, esta vez de Henry James, hecha por Eduardo Mendoza a propósito precisamente de estos portales de contactos: "las personas, afirma el personaje central de uno de sus relatos, no deciden a quién han de amar, sino que aman a quien encuentran". Esta breve sentencia era la pieza que me faltaba para encajar todo el puzzle desparramado sobre la mesa, el puerto desde el que partir.

"Amar a quien se encuentra", ésta ha sido, efectivamente, la pauta de relación (sentimental y sexual) de la sociedad burguesa liberal, que sustituyó en su día a otra basada en acuerdos entre familias y una sexualidad oculta que corría en paralelo (vigente desde la Edad Media). Esta pauta, en su última versión, surgida de mayo del 68, ha funcionado (y lo sigue haciendo) a la perfección entre los jóvenes: no hay más que echar un vistazo a los clubs o ver las actitudes desinhibidas y frescas de chicos y chicas. Fármacos anticonceptivos consolidados, aceptación de múltiples orientaciones y parafilias sexuales... todos los factores se conjuran para que el hedonismo y el narcisismo se impongan como modelo social. Cuando uno es joven es fácil adoptar unos códigos preestablecidos, y más cuando es importante sentirse aceptado por la mayoría. En la práctica, la pauta vigente asume que los hombres dan el primer paso, demostrando interés por determinadas mujeres (generalmente jóvenes y atractivas, de acuerdo con el canon social establecido); el papel reservado a ellas es el de filtrar las solicitudes y decidir en última instancia (también basándose en criterios de juventud y belleza, pero también de seguridad y poder en cualquiera de sus extensiones sociales). Habrá quien me acuse de simplificador, de machista o de lunático, pero yo le recomendaría que vuelva a echar un vistazo a esos mismos clubs que mencionaba antes, o que lea las revistas de adolescentes y compruebe qué consejos se dan a las chicas de 14 a 16 años para atraer a su terreno al chico de sus sueños... Describo la pauta y la práctica mayoritaria, no estoy diciendo que todas las relaciones entren aquí.

Cuando se es joven el grupo-clase cumple las funciones de vivero de relaciones: aprendemos, tanteamos, probamos, fracasamos, triunfamos...; el grupo se renueva, cambian los gustos, las formas de ser... y casi sin darnos cuenta (salvo excepciones, debo decirlo) salimos de nuestra etapa de estudiantes con una novia o un novio en la mochila. Con una relación estable llega la edad de oro del bienestar emocional: tienes dinero, una cierta experiencia, vas conociendo y enamorándote de tu pareja...; sin duda es la mejor época para recordar. Con la misma naturalidad llega el compromiso formal, el matrimonio, la vida en común (que cada cual le llame como quiera), y acabamos arrinconando/olvidando las armas del flirteo que a cada cual sirvieron con mayor o menor suerte. Si algo tiene de bueno la vida en común es que evita el desgaste para la satisfacción de ciertas necesidades, ya que éstas vienen de serie o por decreto. Nos evitamos así esa labor de búsqueda y acoso de baja intensidad que con los años acaba cansándonos y que preferimos sustituir por una pareja estable. La disipación de energía que requieren esas actividades de flirteo es la misma que según Freud sirvió de cimiento a la sociedad civilizada, y que yo me atrevo a comparar con la que los primitivos cazadores-recolectores dilapidan para procurar su supervivencia alimentaria. La energía que ahorramos al cesar esas actividades de flirteo es posible invertirla, gracias al monopolio sexual que se establece, en mejorar nuestra relación sentimental.

Pero luego resulta que, en ocasiones, diversas circunstancias (fortuitas o provocadas, no voy a entrar en esto) nos devuelven al terreno de juego que abandonamos al hacernos con una relación estable (muchos años a veces), y nos vemos obligados a realizar un rápido reciclaje. Lo normal es que tiremos de los trucos que pulimos en nuestra juventud, para comprobar de inmediato que están obsoletos, y lo que es peor, delatan al momento nuestra situación, edad y estado mental; debemos encontrar otros nuevos para volver al campo. Los hombres, una vez que admitimos que las jovencitas se ríen en nuestra cara o que les resultamos directamente invisibles, volvemos la mirada hacia las de nuestra edad. Si los fracasos se prolongan más de lo que esperábamos, lo atribuimos a la estrechez mental y a la mojigatería de las mujeres de nuestra generación en nuestra misma situación de desemparejamiento sentimental, nunca a nuestra propia torpeza.

Para las mujeres la situación es muy similar: de regreso al mercado libre de los clubs nocturnos reproducen casi por instinto las pautas de su etapa de solteras. Sin excepción forman grupos de amigas en la misma situación y así, acompañadas de buenas amigas emparejadas, se hacen más fácil unas a otras el tránsito tan especial de esos momentos. El reciclaje para las mujeres es menos radical pero puede provocar los mismos efectos devastadores: la posibilidad de volver a formar un grupo de amigas con el que salir a tentar las suerte las convence de que el mercado del flirteo se rige por las mismas normas de su juventud, y el hecho de que algunos jovencitos las aborden es un argumento a favor de esta idea. El problema es que con el paso del tiempo comprenden que lo que buscan está entre los hombres de su generación, y comprueban que en ese terreno fracasan con el mismo elevado índice que nosotros. Ellas lo verbalizan diciendo que no hay hombres disponibles que valgan la pena (que no sean raros), o que hay demasiados gays.

(continuará)

Comentarios

Anónimo ha dicho que…
Me ha gustado la manera que has tenido de describir las artimañas de ligoteo entre ambos sexos.
La teórica la sabes ¿Qué tal en la práctica?

Lo último que comentas sobre que no hay hombres disponibles que valgan la pena (que no sean raros) o que hay demasiados gays, no me parece justo (a mi parecer).
Pienso que las "rarezas", eso que nos hace diferentes los unos de los otros, para muchas mujeres pueden parecer realmente atractivas y encantadoras. Al menos eso quiero pensar, a veces las pequeñas cosas son las que hacen girar nuestro mundo interno.
En lo de que hay demasiados gays, puede ser que estés en lo cierto, pero sólo es un añadido al que no hay que darle más vueltas.
Decirte también que estoy totalmente de acuerdo con Michael Houellebecq en el texto de: La posibilidad de una isla.
Espero que continúes este interesante post sobre los portales de contacto.

Angie.>

Hala, ahi lo tienes. También he leido tu comentario en el blog. Me has dejado de piedra.

Angela.
El tecnócrata de letras ha dicho que…
estibana: responderé clara y brevemente.

1-Si analizo tanto es porque "el que sabe, hace; y el que no, enseña".

2-Me refiero a las rarezas malas (no tener el pasado resuelto, no decir las cosas claramente...), lo que pasa es que no sé por qué las mujeres entienden siempre ese limitado lado positivo de las rarezas; nunca caen en que ellas mismas son unos linces para detectar esas cosas que a nosotros nos parecen naturales y sin embargo son eso, rarezas.

3-Sí que continuaré el post, la segunda parte está casi acabada. Atenta...

Nos leemos!!!

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