Cuando los raritos se animan poco a poco y se dejan llevar por fin. ¿Por qué me sigue gustando la música indie? (y 2)

Cuando los raritos se animan poco a poco y se dejan llevar por fin. ¿Por qué me sigue gustando la música indie? (1)

Musical o sociológicamente, lo indie puede que signifique cosas más complejas y especializadas, pero para la cultura popular es básicamente un punto de vista informal, alternativo, a veces combativo, a la contra de todo lo que representa lo mayoritario, institucional y/o sentimentalmente trillado vinculado con la juventud. Ya no es patrimonio exclusivo de la generación que lo vio nacer, ahora es una fase de eclosión vital que entremezcla el ansia de diferenciación y el encauzamiento de nuevas afectividades a través de un sonido muy característico. Y lo mismo vale para algunas películas de cineastas debutantes, producidas con presupuestos bajos que saben darle la vuelta a géneros y arquetipos comerciales. O para esos autores jóvenes --creadores en general-- que aportan estilos y temas nuevos, marginales, ilegales. Su entrada de frente contra la corriente en la industria y un repentino éxito mainstream suele repetir la misma pauta: buenas críticas a las primeras obras, entrevistas en grandes medios, posado en suplementos dominicales con las últimas tendencias de ropa, falsa admiración de los consagrados pillados con el paso cambiado y/o en declive... No hay que olvidar que es una fase, no una tendencia; así que, a los que se mantienen en el candelero, es inevitable que en unos años les veamos perfectamente integrados en una industria que ha absorbido y banalizado sus aportaciones. No tengo ni idea si este proceso de absorción --consciente o no-- es la venganza de los consagrados que fueron desplazados de la fama. Por lo general están muertos o son demasiado viejunos para recrearse viendo cómo aquellos jóvenes un día indies hacen ahora las mismas concesiones que ellos, cómo miran por encima del hombro a los que vienen después... Así funciona la selección generacional entre los artistas.

Lo indie como etiqueta permanecerá para siempre porque ha conseguido identificarse con lo nuevo, lo emergente, con esa tendencia innata a la impugnación y a la transformación que va implícita en cada hornada de nuevos creadores. En cambio, la primera generación indie ha quedado definitivamente asociada a lo últimos X y a los primeros Y. En aquel momento no supuso nada nuevo, apenas una palabra para denominar la experiencia simultánea de abrirnos a la vida, encontrar señas de identidad con las que distinguirnos y construir la banda sonora de nuestro primer sentimentalismo. De manera que siempre habrá artistas a los que podamos aplicar la etiqueta indie, pero sólo habrá una generación que vio nacer lo indie.

Antes de descubrir lo indie, los pardillos majos como yo nos veníamos arriba con los últimos álbumes de Roxy Music. Entonces no sabía que este grupo venía de unos inicios totalmente discotequeros, los mismos de los que yo renegaba por adocenado y hostil, y que desde Victoria Plain --hoy adoro esta canción-- acabaron en esa suavidad nostálgica que les conocí y que me proporcionaba tantos y buenos subidones sentimentales. Irónicamente, el grupo, en sus últimos coletazos, me sirvió para lanzarme a escuchar nuevas bandas, canciones e intérpretes que nadie me había recomendado. Seguramente por ese orgullo personal me aferré a ellos en lo que yo creía entonces que era la identidad que me convenía y para la que estaba instintivamente dotado. Supongo que la edad y el momento hormonal hicieron que --como cualquiera en mi circunstancia-- experimentara una predisposición absoluta hacia cualquier cosa que me hiciera interesante, diferente, nuevo, quizá como nunca más lo he estado.



El primer disco que escuché sabiendo a ciencia cierta que se trataba de una banda indie era High land, hard rain (1983) de Aztec Camera. Ahora, al oír sus canciones, la mayoría me suenan un poco demasiado ñoñas, pero me sigue encandilando la guitarra de Roddy Frame. Por haber sido mi primer disco, es casi imposible que no asocie su sonido como una seña de identidad del estilo indie. Puede que sí, puede que no, pero el caso es que desde entonces me he fijado en variantes y mejoras de ese canon que establecí en mi juventud. Había otros comodines que añadir para que me marcaran tanto: eran unos desconocidos (lo que me permitía dármelas de enterado) y su sonido ejercía sobre mí un efecto demoledor: me ponía soñador y nostálgico --un rasgo de mi carácter con el que nunca me he reconciliado--, imaginando toda clase de momentos perfectos con las chicas que entonces me gustaban, divididas en dos únicos grupos: las que no me hacían caso y las que no sabían que existía.

Aún faltaban 26 años para que el sonido indie comercial (y que al coincidir con mi preferencia personal reforzó aún más mi teoría) quedara fijado casi definitivamente en la banda sonora de la película (500) Días juntos (2009): Doves, Wolfmother, The Smiths y Regina Spektor, autora del que considero el hit indie por excelencia, definitivo e insuperado: Us. Contiene la mezcla perfecta entre la languidez evocadora de los temas ñoños y los clásicos rockeros, que consiguen que protagonistas raritos como Tom (Joseph Gordon-Levitt) se sientan inevitablemente atraídos por chicas conflictivamente adorables como Summer (Zooey Deschanel).



Tengo muy claro cuál es mi canon del sonido indie, así como una playlist ideal-de-todos-los-tiempos con canciones que dice mucho de mis gustos y preferencias culpables, y que no es cronológica, sino en el orden por el que las fui conociendo. No sirve como teoría, pero sí como representación subjetiva de mi indie:

1. Same old scene de Roxy Music: esta canción me pilló totalmente por sorpresa. Parecía irreal gracias a su mezcla casi perfecta de sensualidad, bailongo suave y breves chispazos de rock suavito. Resulta que el grupo empezó siendo totalmente discotequero pero con el tiempo fueron virando hacia melodías letárgicas y suaves (en realidad, las primeras que conocí) y que acumularon éxito tras éxito. Gasté la cinta donde me la grabaron de tanto rebobinarla.

2. Walk out the winter de Aztec Camera: hubo unos meses en los que parecía que nunca iba a dejar de escuchar sus dos primeros discos. Recuerdo perfectamente a quién evocaba en cada una de sus canciones. Tremendos anhelos. Historias absurdas por ingenuas. Sensibilidad a flor de piel. Expectativas vitales (parcialmente cumplidas). En una palabra: intensidad.

3. Clocks de Coldplay: ya en la madurez me atraparon por unas melodías contenidas que servían de válvula de escape a unos intérpretes fríos, distantes y siempre vestidos de negro (aún no sé si por decisión estético-comercial o por convencimiento íntimo). Una combinación que encajaba a la perfección con mi idea de la expresión artística; así que por esa y no otra razón los sigo idolatrando, más allá de la infinidad de grupos tardonoventeros y centeniales que descubrí en la década siguiente.

4. Where damage isn't already done de la banda sueca The Radio Dept., que formaba parte de la banda sonora de la película Bon appétit (2010), que vi dos veces en el cine en apenas tres días. El sonido sucio de grabación cutre en el sótano de casa de los padres mantenía viva en mí esa ridícula idea de que, al final, alguna chica ultrasensual se interesa por esas personas repletas de rarezas.

5. Heaven de los desconocidos The Blackmen, This modern love de Bloc Party y I melt with you de Modern English: las tres reafirmaron con décadas de retraso mi preferencia por las canciones con melodías machaconas, sin apenas variaciones, marcadas por un punteo que me resulta hipnótico en grado máximo. Las tres forman parte de la serie televisiva Cómo conocí a vuestra madre, demostrando que el estilo indie comercial todavía servía de potenciador del romanticismo gracias a su poder evocador bien entrado el nuevo milenio.

6. Cuffing season de Beach Bunny: su sonido es ejemplar, la quintaesencia de lo que debió ser el sonido indie desde el minuto cero. Sus melodías son simples: batería, guitarra y, como no podía ser de otra manera, la voz de su cantante y compositora, Lili Trifilio. Insisten en una fórmula que no parece dar síntomas de agotamiento, y creo que es porque apuestan por el rock antes que por el pop lánguido y tristito de inadaptad@s que triunfaba en los noventa. Emotional creature (2022) es un álbum que no tiene desperdicio.

7. Take me! de The Wedding Present: los descubrí completamente a destiempo y por pura causalidad hace menos de un año en un festival veraniego. Tienen un sonido muy cercano a The Housemartins (eran del mismo condado), pero a la mínima se escoran hacia el rock repetitivo de Oasis. Puede que en los ochenta aún parecieran una banda indie, pero su evolución posterior les desmiente. Aun así, yo les mantengo la etiqueta porque necesito que lo sean. Su disco Bizarro (1989) no tiene un corte malo, en el que Take me! destaca por sus nueve minutos de duración, de los que siete son puro apoteosis guitarrero
.

Bandas desconocidas de sonido radical y por momentos comercial; canciones marcadas por crescendos guitarreros; ritmos percutantes que favorecen la formación de subidones mentales y hormonales (sobre todo a determinadas edades), que enganchan porque sabemos que siempre acabarán estallando. Es una música que ha acabado asociada a un tópico social, fomentado a parte iguales por el cine y la literatura: l@s inadaptad@s a quienes no gustaban las discotecas porque no sabían moverse en esos ambientes y que preferían escucharla en la soledad de sus habitaciones, donde dar rienda suelta a su imaginación y descubrir que son normales, pero que necesitan su tiempo, su música y un microclima sentimental para desmelenarse y/o mostrarse tal como son.

Para un varón cisheterosexual como yo en plena dieta detox de lo patriarcal, lo indie ha sido un ingrediente al que no he renunciado en ningún momento. Sus melodías me han transportado a ese mundo imaginario en el que encontraba las palabras y las fuerzas para tomar decisiones, aprender lecciones vitales y cambiar de objeto de deseo cada dos meses. Las personas cautas, reflexivas, analíticas y con lagunas en su educación sentimental necesitamos un largo precalentamiento para salir al mundo y olvidarnos del qué dirán. Hoy, compruebo que he dejado atrás aquellos anhelos e inseguridades y que disfruto de un equilibrio interior que me ha costado años alcanzar. Aun así, sigo necesitando la música indie para recordar quién he sido y saber por qué he acabado siendo como soy...

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