Una sociedad en plena evaporación

1. Google es una agencia de publicidad que finge ser un servicio de búsquedas en internet.

2. Facebook es el medio de comunicación más grande del mundo y sin embargo no necesita generar su contenido: le basta con captar, retener y segmentar audiencias para que otros lo hagan por él.

3. Amazon simula ser un marketplace infinito que teje una red logística global formada por dispositivos domésticos diseñados para pedidos casi automatizados para alimentarlo sin descanso.

El sociólogo Zygmunt Bauman --recientemente fallecido-- definió la modernidad contemporánea como «líquida» (en contraste con la pétrea e inmovilizante ideología social de la era predigital), caracterizada por su naturaleza cambiante, inasible, fugaz, precaria, contradictoria... Lo único que permanece en la moderna ideología social de la era digital es su existencia como una capa social de innovación compuesta siempre por algo nuevo y diferente, contradictorio incluso. Se supone que ese cambio constante es algo puramente adaptativo, fruto de las necesidades del presente, cuando lo cierto es que la mayoría de las veces es una simple respuesta dictada por los requisitos del mercado. En cuanto deja de ser útil se evapora sin dejar rastro y es sustituida por una nueva ideología de la modernidad, que es adoptada casi acríticamente con la misma naturalidad que la anterior a pesar de que lo más probable es que desaparezca igual de rápido que su predecesora.

Bauman sostiene que esta liquidez acaba calando en el comportamiento del individuo: la expresamos en nuestras preferencias cambiantes, en las compras que hacemos, en nuestras opiniones políticas... Somos igual de líquidos que la ideología social que nos mantiene en sociedad, y sin embargo ese pegamento social se compone de mutaciones y vaivenes que no dejan rastro, sin apenas contenido ni duración, y que aun así exhibimos como si nunca nos traicionáramos respecto a los anteriores. No soy un experto en Bauman, pero me parece que también en lo colectivo nuestros actos revelan esa misma ideología líquida: la masa, los tumultos civilizados, se parecen asombrosamente a los principios de la dinámica de fluidos, esa que se basa en las leyes físicas de la conservación. Sus enunciados, sin haber sido formulados para explicar el funcionamiento de la sociedad, ilustran tangencialmente sobre el comportamiento conflictivo a que da lugar la evolución de los sistemas complejos:

1. La conservación de la masa, que afirma que la masa siempre permanece constante en una reacción dada, excepto en las reacciones nucleares, donde hay que tener en cuenta la equivalencia entre masa y energía.
2. La conservación del momento lineal (más conocida como Segunda Ley de Newton), en la que la cantidad de movimiento se mide multiplicando la masa por su velocidad.
3. La conservación de la energía (más conocida como Primera Ley de la Termodinámica), según la cual, en un sistema aislado, la cantidad de energía permanece inalterable a lo largo del tiempo. Aunque luego la Segunda Ley de la Termodinámica se encarga de matizar un poco este enunciado tan optimista: aunque la energía no se pierde sí que se degrada mediante un proceso irreversible (entropía), transformándose en energía también, pero menos aprovechable.

Es curioso cómo estos enunciados --formulados para explicar el comportamiento de partículas y átomos-- pueden explicar, aunque sea por extrapolación, también puede decir algo sobre los grupos humanos. Parece que quieren extender su alcance explicativo, añadir algo que escapa al ámbito específico para el que fueron pensados, expresar una continuidad, una coherencia lógica válida también para el mundo macroscópico. Una hipotética dinámica social de fluidos explicaría nuestra innata tendencia al conservadurismo, nuestras eternas disputas sobre la velocidad de los cambios sociales, la manera correcta de cuantificar pérdidas, derroches y dilapidaciones (inevitables por ley) de toda modificación colectiva (planificada o no); quizá también para predecir la propensión imparable hacia la complejidad de nuestros sistemas organizativos. Puede que la única incógnita que quede por resolver tenga que ver con el contenido de esa realidad social a la que se supone que acceden las sociedades cuando colapsan por exceso de entropía y adquieren un equilibrio termo-organizacional parecido al de las partículas elementales.

Todo esto encaja --o al menos no lo contradice-- con el instinto de conservación como especie (no como individuos) que exhibimos, con nuestra necesidad de obtener seguridades relacionadas con la supervivencia en el tiempo y con nuestra continuidad como grupo. La dinámica social de fluidos como teoría del comportamiento social podría funcionar como una metáfora desconcertante (a veces instructiva) para explicar el agregado de comportamientos y decisiones individuales que colapsan instituciones, ciudades, servicios, espacios, recursos. La misma que podría provocar cambios legislativos en gobiernos que aún tienden al inmovilismo, al comportamiento obsesivamente procedimental y a un elitismo cada vez más ostensible.


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