Agoreros trascendentales (La sociedad de la ignorancia y otros ensayos)

He leído hace poco La sociedad de la ignorancia, compuesto por tres ensayos de Antoni Brey (tecnócrata humanista), Daniel Innerarity y Gonçal Mayos (ambos filósofos de la vieja escuela) en los que cada autor ofrece, desde su estilo y perspectiva, un panorama entre pesimista y admonitorio acerca de los peligros a los que nos abocamos por culpa de nuestras malas prácticas digitales. Además, cada uno propone su adjetivo para la definición de turno (los tecnócratas son casi tan prolíficos como los filósofos y humanistas en esto de etiquetar conceptos y teorías con nombres atractivos y chocantes): Brey habla de Ignorancia, Innerarity de Desconocimiento y Mayos de Incultura. Tanta similitud semántica puede hacer pensar que la coherencia temática es una de las preocupaciones primeras del libro, pero no es así: se trata de tres reflexiones superficiales que desembocan en el mismo punto --la denuncia de unos cuantos errores y algunas amenazas-- desde puntos de partida incomparables. Cada cual pone el acento en el concepto que le resulta más conocido, atractivo o útil, pero siempre sucumbiendo a ese tono de grave advertencia tan caro a todos los tecnócratas.



Imagino que la longitud de cada texto venía determinada de antemano por los editores, pero precisamente por eso uno espera algo más que una declaración de intenciones o una retahíla de posibles nefastas consecuencias ante nefastos peligros. Los tres ensayos son un aviso a navegantes escritos desde el implícito convencimiento de quienes están seguros de tener la razón a pesar de todas las apariencias en contra; mientras que los lectores, gobernantes y demás agentes del mercado digital están equivocados. Cuesta aceptar puntos de vista tan poco argumentados, y más teniendo en cuenta que el usuario/consumidor de a pie ignora avisos mucho más acuciantes en temas más cercanos, como por ejemplo el cambio climático (todavía hay quien cuestiona su existencia como consecuencia de una actividad humana poco respetuosa con el medio ambiente). Si esto es así qué caso harán en temas mucho abstractos, llenos de jerga neotécnica. Con las pocas ganas de leer que hay ahí fuera...

Como aperitivo, Brey propone una curiosa teoría de la historia en la que la variable informacional es el único elemento que cuenta:

1. Aparición del lenguaje
2. Aparición de la escritura
3. Aparición de la imprenta
4. Aparición de los medios de comunicación y de la cultura de masas


Un poco tendenciosamente simplificador ¿no? Para un consultor como Brey, es lógico que acontecimientos tales como la agricultura, las guerras de religión, la revoluciones sociales, las ideologías, los inventos, los descubrimientos y demás imprevistos sean meras fruslerías que en nada afectan a la evolución humana en la Tierra («rugosidades y ecos» las denomina). No es que carezca de coherencia interna, ni de utilidad para su razonamiento posterior, pero sobraba ese reduccionismo de toda la historia a un simple flujo informativo.

Sobre los ensayos, sus hilos argumentales resultan de sentido común: para Brey el crecimiento exponencial de la información nos provoca parálisis y rechazo ante la evidencia de no poder atenderla debidamente. Preferimos lo sencillo, la satifacción inmediata, y por eso --en la práctica-- nos volvemos más ignorantes. Brey olvida que no todo el mundo está igualmente capacitado --ni siquiera con la tecnología más moderna-- para hacer un uso avanzado de la información. La Sociedad del Conocimiento a la que aspira (como la gran mayoría de expertos) es una utopía (inalcanzable por definición), una meta siempre virtual que sirva de acicate para conseguir mejoras parciales. La Sociedad del Conocimiento nunca podrá encarnarse en una realidad sociohistórica. Que los poderes públicos, los agentes del mercado, la comunidad científica, la incorporen a su actividad es una tendencia deseable; pero a la inmensa mayoría de usuarios/consumidores les basta con el entretenimiento.

El texto de Innerarity es el más pedante de todos: para revestir de modernidad su jerga de filósofo, incorpora la tecnología y sus retos --hoy tema estrella del mundo intelectual-- a sus reflexiones, también muchos conceptos (reliable knowledge, science-based ignorance, unknown unknows) y gran cantidad de paradojas. Para Innerarity lo importante no es el saber (ni su calidad), que es lo que preocupa y denuncia a los falsos expertos, sino el no-saber. Este detalle tan sencillo y crucial (basta con darle la vuelta al calcetín), en el que sólo pensadores como él han reparado, es la clave del problema. Según este filósofo nos enfrentamos a graves problemas para gestionar el desconocimiento y a una seria amenzana democrática; pero no hay que preocuparse, no se trata de problemas «reales», ya que la solución es puramente epistemológica: «desarrollar una cultura de la inseguridad, que no perciba el no-saber como un ámbito exterior de lo todavía no investigado [...] sino como algo constitutivo del saber y de la ciencia» (p. 47). Menos mal, yo pensaba que los políticos y los tecnócratas tendrían que actuar. Creía que el no-saber es una realidad estrechamente relacionada con el fracaso escolar, con los insuficientes recursos públicos para educación, y que esas eran las causas del desconocimiento contra el que alerta. Pero no, todo se reduce a un cambio en la forma de percibir el entorno, en olvidarnos de las seguridades y en convivir con lo inseguro. En realidad es la típica metodología del intelectual analógico: abordar un probrema de moda, rellenarlo con citas de autores y títulos recientes, añadirle una pizca de lenguaje paradójico y luego dejarlo todo como está.

Mayos, por su parte, hace una recapitulación de las obviedades anteriores (es el único que cita a los otros dos), disponiendo los mismos conceptos de otra manera para que destaquen aún más: crecimiento «malthusiano» de la información, aumento del poder de los expertos y desinterés de la mayoría por todo lo que no sea descargar, gratis y sexo. Su principal preocupación es que la incultura generalizada que amenaza a la población empobrezca nuestras democracias, como si la baja calidad democrática que padecemos hace tiempo fuera una mala digestión de las tecnologías digitales, en lugar de una pauta visible desde mucho antes de la eclosión del fenómeno digital: abtencionismo electoral creciente, partidos políticos organizados de forma dictatorial, abandono de discursos accesibles, pérdida de vista de los problemas cotidianos, corrupción... ¿Hace falta que siga?. No, señor Mayos, tras el crecimiento exponencial de la información (es cierto, en su mayoría inútil y/o errónea) se encuentra el acceso del usuario/consumidor a los mismos canales de distribución informativa de los que antes gozaba en exclusiva la élite intelectual (hoy invadida por recién llegados sin prestigio) que se escandaliza ante el espectáculo indecente de la dilapidación de la información.

Recapitulemos: la información es la mercancía que manejan los consultores, asesores, gurús, expertos y demás tecnócratas, así que en sus reflexiones y teorías necesitan valorizarla al máximo para venderla a buen precio. Si la información abunda en exceso se devalúa su cotización en el mercado, y por eso están acojonados ante la posibilidad de que cualquiera pueda fabricarla. Buenos conocedores de los entresijos de la teoría de la escasez económica, no les precocupa la calidad, porque eso no influye en el valor final, sino la cantidad. Y por la misma razón, el momento actual --rebosante de una confianza ilimitada en las posibilidades de negocio de las novedades tecnológicas-- siempre lo describen como la culminación de un proceso que derivará (si les hacemos caso como expertos que son) en una nueva Edad de Oro de la Humanidad en la que la tecnología se pondrá al servicio de nuestras vidas para hacerlas más felices. Me sorprende esa tendencia --en personas tan doctas, políglotas y leídas-- a dejarse llevar por un estilo tan trascendente (y apocalíptico en ocasiones) cuando podrían ofrecer datos y tendencias estadísticas. Igual que se toman tantas molestias en poner límites en sus presentaciones de proyectos, llenos de cláusulas y contextos de validación, ¿no podrían hacer lo mismo con sus predicciones? ¿No podrían ser un poco más amenos y un poco menos agoreros?

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