El beneficio está en el servicio o la ley de bronce de los modelos de negocio en Internet

Igual que para el capitalismo industrial sigue vigente la ley de bronce de los salarios, tal y como la definió el economista británico David Ricardo, uno podría pensar, dado lo que cuesta que los modelos de negocio digitales cuajen y perduren, que también existe una ley equivalente para Internet. Puede que no sea una maldición tan drástica ni universal como la que sufren los trabajadores de las economías capitalistas, pero lo que es seguro es que está retrasando el tránsito a la madurez de la economía digital.

La pregunta clave es si existe margen para hacer negocios nuevos en Internet (no entran aquí modelos transplantados desde el mercado analógico tradicional). En los que triunfan mediante tecnologías esclavas siempre queda la duda de si su éxito se debe a la tecnología esclava (en el monopolio que se establece entre el propietario de esa tecnología y el usuario/consumidor que la emplea) o a la calidad del producto o servicio. En cambio, quienes apuestan por plataformas tecnológicamente abiertas --lo repito postpost también-- y salen adelante está claro que el beneficio tiene que estar en el servicio (suena bien como eslógan), porque la tecnología está a disposición de cualquiera, de la competencia incluso. De momento la experiencia demuestra que, por muy audaz y original que sea la idea, al poco llega otro y ofrece lo mismo pero gratis o aprovecha el tráfico generado para hacer negocio con la publicidad. Hasta que la crisis global hizo su aparición, el único modelo que funcionaba de forma independiente y con tendencia a la estabilidad y al crecimiento era el de la publicidad (y lo hacía calcando las pautas de su predecesor analógico). Pero en cuanto el ciclo descendió también lo hizo la inversión en publicidad, lo que lo convierte en algo demasiado volátil y vulnerable. Así que seguimos sin modelo.

Un ejemplo canónico: las discográficas y las distribuidoras cinematográficas se han lanzado a ensayar nuevos canales de venta digitales que les permitan remontar sus menguantes ingresos, sin que haya muchas diferencias entre unas y otras: suscripción mensual, tarifas planas, precios bajos... El problema es que siempre chocan con las costumbres arraigadas entre el usuario/consumidor, que quiere disponer a su antojo de lo que adquiere o paga. Las últimas tendencias parece que se orientan hacia la distribución en streaming (gracias a aplicaciones como Spotify o la tecnología Digital Light Processing, disponible al menos desde 2004 y apenas implantada), tratando de hacer olvidar el concepto de «copia» que tantas desgracias ha traído a las industrias culturales. Si el ancho de banda, la tecnología y el usuario/consumidor lo permiten veremos que discográficas y distribuidoras cinematográficas se convierten en difusoras de sus propios productos; ya que si eliminamos el concepto copia de la ecuación ¿qué nos queda? La radio y la televisión. La pregunta que surge entonces es: ¿Qué papel les queda a estas si los productores musicales y cinematográficos asumen por sí mismos la difusión de la música y el cine? No creo que las emisoras de toda la vida se lo tomen demasiado bien: intrusismo, competencia desleal, invasión de mercados... En fin, la clásica pataleta de emprendedor cuando el mercado desemboca en un verdadero entorno de libre competencia.

¿En qué términos se montará el debate si esto llega a suceder? Será una batalla entre gigantes en la que el usuario/consumidor habrá sido barrido del escenario, puesto que ya no posee copias ni puede adquirirlas. Los imperios mediáticos que ahora conocemos sin duda mutarán y otros vendrán a sustituirlos; y yo me pregunto qué pautas de consumo cultural adoptará el usuario/consumidor como reacción a esta radical modificación del paisaje. Partiendo de la base de que prácticamente nadie planifica su ocio, y por tanto los mayordomos digitales están abocados al fracaso o a limitarse a ser una rareza para pedantes (la televisión a medida y los canales temáticos son el primer esbozo de semejante callejón sin salida), me atrevo a asegurar que regresaremos a la época de los grandes conglomerados mediáticos generalistas --gratuitos, en abierto y sufragados total o parcialmente con publicidad-- que ofrecerán un incensante flujo de streamings sobre los que la gente irá saltando sin descanso, orden ni concierto. Habrá que inventar un nuevo término para designar el zapeo sobre streaming.

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