La fábula del transportista y el GPS

Había una vez una empresa de transportes que se gastó una pasta en dotar de GPS su flota de vehículos. El objetivo era doble: evitar demoras y problemas en las entregas, y de paso paliar los negativos efectos de la alta rotación de chóferes que impone el mercado actual, de manera que la incorporación de una persona que no conozca el callejero local se compensaría por la ayuda que ofrece el dispositivo. Cuando estuvieron instalados se dieron cuenta de que los chóferes sin experiencia no eran capaces de distinguir si una dirección cuya ruta estaban a punto de introducir en el GPS era errónea o no, aunque fuese por culpa de una sola letra. Ni siquiera aunque el software estuviera lo suficientemente bien diseñado como para ofrecer alternativas al estilo "Quizá ha querido decir..." acompañado de una lista de direcciones similares, puesto que el chófer no sabía por cuál decidirse, ya que no tenía ninguna información previa con la que contrastar los datos (básicamente porque no le suenan ni los nombres de las calles). Nadie pensó que algo así podría suceder, y una cosa tan simple como no reconocer que "Avinguda Duagonal" significa en realidad "Avinguda Diagonal" inutiliza de golpe una costosa y planificada inversión. Esta bonita historia ilustra cómo hasta la tecnología más sofisticada requiere que detrás haya personas que tengan más información que la que poseen los dispositivos automáticos, aunque sólo sea la justa para permitir filtrar errores elementales.

La sofisticación tecnológica permite ofrecer servicios fundamentales y especializados, y de paso refuerza aún más el principio capitalista que sostiene que en la ecuación empresarial el factor humano es el elemento a despejar y/o evitar a toda costa. La tecnología, por muy cara que sea, se amortiza; a las personas, en cambio, hay que formarlas, pagarles antigüedad, motivarlas, sustituirlas mientras caen enfermas... A la larga nunca interesa contratar personas si se pueden sustituir por tecnología. Las máquinas no protestan, no hacen huelgas, no conocen horarios, se puede uno deshacer de ellas con facilidad... Y aunque fallen y se estropeen se pueden contratar planes de mantenimiento que se hacen cargo de todo. Este es el tabú más sagrado y nunca violado de la economía política, la razón principal de la esquizofrenia que atraviesa la contradicción flagrante entre las palabras y las acciones del empresariado, y también la intuición no verbalizada que palpita entre quienes sufren las consecuencias. Desde el siglo XIX el capitalismo está empeñado en sustituir personas por tecnología (el economista David Ricardo --un personaje poco sospechoso de revolucionario-- se atrevió a poner por escrito que "comprendía" la ira de los obreros que destrozaban los telares mecánicos que les quitaban sus puestos de trabajo). Esta es una tendencia que no tiene trazas de invertirse, ni perspectivas de cambio y mucho menos de ser sustituida por alguna alternativa realista. Se trata de una condición necesaria del sistema (igual que la ley de hierro de los salarios del mismo Ricardo) y hay que asumirla mientras no haya otro sistema. Al menos historias como la del GPS evidencian la incoherencia entre la realidad de un empleo decreciente y precario y la necesidad de contar con personas formadas y motivadas para lograr que la tecnología sea útil.

Un conocido fabricante de neumáticos, con gran criterio, anunciaba hace tiempo que «La potencia sin control no sirve de nada» y mostraba a Carl Lewis con zapatos de tacón en posición de salida para una carrera. Pues de un modo similar se podría decir aquí que «la tecnología sin personas no sirve para nada», aunque quizá hayamos querido decir: «...no se aprovecha a pleno rendimiento», o «...genera más problemas de los que resuelve» o «...no sirve para resolver TODOS los problemas».

Comentarios

Artabro ha dicho que…
Acertada reflexión, a mi parecer.

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