Teorías convenientes para mi mentalidad: 18. La piedra angular del desencuentro

1. Las fases en una relación de pareja
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
7. Historia universal de la convivencia en pareja
8. Numeritos conyugales: que no te los cuelen sin avisar
9. Los herbívoros, el nuevo Contrato Matrimonial y la paradoja Huxley-Houellebecq
10. La teoría del carrete
11. Las precondiciones de la relación ideal
12. La decepción oculta masculina
13. El bosón de Higgs de las relaciones urbanas
14. ¿A cuántos mojitos estás de la infidelidad?
15. El clan de las menos guapas (I)
16. El clan de las menos guapas (II)
17. Sistemas Femeninos de Datación Sentimental

Las mujeres creen que vestidas de forma sensual o sexy no tienen por qué atraer miradas sucias ni levantar deseos ocultos entre los hombres. No hay manera de convencerlas de lo contrario. Insisten machaconamente que es la actitud lo que marca la diferencia entre la mujer que sólo quiere estar guapa para ella y la que desea atraer a los hombres o competir con otras mujeres; que somos nosotros los únicos que vemos ese deseo inexistente de «algo más» que no sea sentirse bien con ellas mismas. La actitud compensa cualquier detalle en la ropa, el maquillaje, el peinado o las palabras.

Sin embargo, ¿cómo diferenciar --como seres limitados que somos-- esa actitud que ellas denominan «estar guapa para una misma» con un aspecto cuidado que delata que se explotan sistemáticamente ciertas prendas que realzan determinadas ventajas competitivas corporales, o se asume un cierto nivel de competitividad implícita entre las mujeres? Formulado de esta manera casi parece un principio kantiano, pero lo cierto es que nunca se admite en voz alta, simplemente se actúa contradiciendo la buena fe que se declara. El problema para distinguir una cosa de la otra no es una cuestión de indicios o argumentos más o menos juiciosos, sino de calar estados de ánimo. Porque la disponibilidad de la mujer hacia el juego de la seducción es, antes que nada, una cuestión mental que depende de un número tan elevado de factores que ellas son incapaces de distinguirlos y nosotros, por supuesto, de tener en cuenta siquiera un 10%.

A los hombres la actitud o la intención nos importan un bledo; es la visión de un escote bien dispuesto, como el escaparate de una frutería, o una ropa de ciñe una formas femeninas, incluso un discreto maquillaje (no precisamente diseñado para matar) lo que dispara nuestras respuesta hormonal.

Ellas no parecen dar importancia al hecho de que el orgasmo masculino se genera parcialmente en el tálamo (la estructura neuronal que conecta el cerebro con el nervio óptico), o el monopolio masculino de facto que suponen el fetichismo y el voyeurismo. Nos basta con mirar un cuerpo para saber si sentimos deseo o no. Inmediato, directo, fugaz; sin prolegómenos, sin sentimientos, sin mala conciencia. Mientras tanto, ellas permanecen enrocadas en la actitud, como si ese fuera el verdadero mecanismo que pone en marcha el deseo masculino, la puerta secreta que franquea el paso a todas las bondades que las mujeres reservan a quienes saben encontrarla. Sin embargo, eso no impide que sigan cuidando su cuerpo, su pelo y su ropa con todo detalle. Desde su punto de vista, no supone ninguna contradicción beneficiarse de los éxitos que proporcionan unos cuidados no específicamente diseñados (salvo excepciones) para la seducción. Para ellas son como un añadido no buscado aunque siempre bienvenido.

Es algo así como el reverso femenino de la negación sistemática masculina de que la infidelidad, la promiscuidad y el deseo ajeno no forman parte de nuestra actitud para la seducción. Son las dos caras del desencuentro.



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