Una, abierta y gratuita
Berners-Lee definía Internet en el congreso www2009 como un legado para el futuro. Aparte del pleonasmo (si es un legado está claro que es para futuro) es revelador el recorrido de la Red de Redes en apenas 15 años: revolucionó primero el mundo universitario y cienfífico (los ámbitos en los que fue diseñada y empleada por primera vez), luego le tocó al de las empresas (y justo detrás entraron las instituciones), que le dieron una clara orientación funcional hacia el usuario/consumidor (por razones obvias); y finalmente el individuo, el ciudadano, que se ha hecho un hueco en ese magma digital y ha logrado consolidarse como un generador de contenidos. No de primer orden, pero sí de enorme influencia para quienes tratan de rentabilizar su presencia en Internet.
También el poder político ha acabado haciendo suya Internet: hablan de ella como una oportunidad para mejorar en la calidad de las democracias, aumentar la participación, incrementar el control de la gestión, potenciar la igualdad de oportunidades, encontrar nuevos modelos de negocio y creación empleo... En fin, la misma retórica analógica que usan para los demás temas pero aplicada a un entorno que desconocen y en el que se sienten claramente inseguros. Cuando los políticos hablan de Internet como un legado, como un medio de comunicación revolucionario, como un factor crucial para la nueva sociedad que se avecina, están pensando básicamente en la maraña de sedes web que ofrecen productos y servicios decentes, con la mente puesta en empresas, instituciones, organizaciones no gubernamentales, individuos socializados, grupos de opinión y de intereses y otras gentes de bien... Olvidando u obviando que en esa misma Red de Redes acampa una variopinta patulea compuesta de grupos neonazis, racistas, terroristas, pedófilos, estafadores, mafiosos, explotadores y toda suerte de cafres variados. Semejante chusma está en Internet precisamente por la razón que ahora, hace apenas un año, comienza a ser valorada cuando se habla de optimizar la estructura y el crecimiento de Internet: su neutralidad. Este concepto hace referencia no sólo a la necesidad de que no haya fronteras tecnológicas (introducidas artificial y básicamente por intereses económicos y/o políticos), sino que la tecnología de conexión sea de acceso libre y universal. Este es, ciertamente, el auténtico legado que defiende Berners-Lee, y que los políticos deberán acabar por asumir tarde o temprano. Las actividades concretas que se llevan a cabo sobre esa arquitectura neutra, libre y universal es asunto de otra gente; a los políticos les corresponde trabajar para eliminar censuras tecnológicas (como las de China con complicidad de Google), evitar que el acceso a la red sea una cuestión de dinero y asegurarse de que los protocolos y los futuros diseños de la arquitectura de la red son como el conocimiento científico: accesibles y gratuitos para todo el mundo.
El día que estos tres principios se vean conculcados podremos estar seguros que se habrá producido un enorme fracaso político, puesto que quienes ejercen su actividad sobre Internet se adaptarán sin más a los nuevos límites impuestos por personas aún más limitadas; y eso significará también que los políticos habrán tenido que negociar (y obtenido algo a cambio, como suele ser habitual) para que una Internet múltiple, segregada y de pago sea una realidad.
También el poder político ha acabado haciendo suya Internet: hablan de ella como una oportunidad para mejorar en la calidad de las democracias, aumentar la participación, incrementar el control de la gestión, potenciar la igualdad de oportunidades, encontrar nuevos modelos de negocio y creación empleo... En fin, la misma retórica analógica que usan para los demás temas pero aplicada a un entorno que desconocen y en el que se sienten claramente inseguros. Cuando los políticos hablan de Internet como un legado, como un medio de comunicación revolucionario, como un factor crucial para la nueva sociedad que se avecina, están pensando básicamente en la maraña de sedes web que ofrecen productos y servicios decentes, con la mente puesta en empresas, instituciones, organizaciones no gubernamentales, individuos socializados, grupos de opinión y de intereses y otras gentes de bien... Olvidando u obviando que en esa misma Red de Redes acampa una variopinta patulea compuesta de grupos neonazis, racistas, terroristas, pedófilos, estafadores, mafiosos, explotadores y toda suerte de cafres variados. Semejante chusma está en Internet precisamente por la razón que ahora, hace apenas un año, comienza a ser valorada cuando se habla de optimizar la estructura y el crecimiento de Internet: su neutralidad. Este concepto hace referencia no sólo a la necesidad de que no haya fronteras tecnológicas (introducidas artificial y básicamente por intereses económicos y/o políticos), sino que la tecnología de conexión sea de acceso libre y universal. Este es, ciertamente, el auténtico legado que defiende Berners-Lee, y que los políticos deberán acabar por asumir tarde o temprano. Las actividades concretas que se llevan a cabo sobre esa arquitectura neutra, libre y universal es asunto de otra gente; a los políticos les corresponde trabajar para eliminar censuras tecnológicas (como las de China con complicidad de Google), evitar que el acceso a la red sea una cuestión de dinero y asegurarse de que los protocolos y los futuros diseños de la arquitectura de la red son como el conocimiento científico: accesibles y gratuitos para todo el mundo.
El día que estos tres principios se vean conculcados podremos estar seguros que se habrá producido un enorme fracaso político, puesto que quienes ejercen su actividad sobre Internet se adaptarán sin más a los nuevos límites impuestos por personas aún más limitadas; y eso significará también que los políticos habrán tenido que negociar (y obtenido algo a cambio, como suele ser habitual) para que una Internet múltiple, segregada y de pago sea una realidad.
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