Teorías convenientes para mi mentalidad: 12. La decepción oculta masculina
1. Las fases en una relación de pareja
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
7. Historia universal de la convivencia en pareja
8. Numeritos conyugales: que no te los cuelen sin avisar
9. Los herbívoros, el nuevo Contrato Matrimonial y la paradoja Huxley-Houellebecq
10. La teoría del carrete
11. Las precondiciones de la relación ideal
¿Tu hombre siempre se va a dormir después que tú? ¿Se excusa diciendo que prefiere ver un rato la tele o que «ahora va»? ¿Espera pacientemente a que te duermas y luego se mete en la cama cuidadosa y silenciosamente? Pues una de dos: o se va a dedicar un ratito al porno-sin-compromiso o padece decepción oculta masculina. Se trata de dos momentos en una pendiente por la que los hombres suelen deslizarse en un momento u otro de una relación estable que acumula ya un largo recorrido. Es una curiosa sublimación del instinto polígamo que todo hombre guarda en algún rincón de su ADN y que, por diversas razones e intereses, reprime porque prefiere no dinamitar su relación actual. El comportamiento típico de decepción oculta masculina incluye ausencia de malos humores, conformismo y/o confortabilidad en la rutina y renuncia (y resignación) a las reyertas nocturnas bajo las sábanas. Suele culminar con una revelación más o menos inesperada y el anuncio de un cambio de orientación sexual, una disfunción eréctil, la llegada de un cambio radical de vida (incluyendo un cambio de hemisferio y el objetivo declarado de montar un chiringuito en una playa caribeña) o el reconocimiento de una relación oculta con otra mujer más joven...
Si no se produce ninguna de estas revelaciones, la cosa deriva en una mentira mutuamente interpretada y consentida, que no tiene que ser mala, pero sí tremendamente aburrida. Muy pocas veces hay ocasión de desvelar los hilos rojos de semejante pantomima implícita pero, igual que sucedió con los eclipses y la teoría de la relatividad, hay que saber esperar el momento oportuno: las mentiras que soltamos en una encuesta sobre actividad sexual. En la penúltima se afirmaba que, a pesar de la crisis, tres de cada cuatro españoles estaban satisfechos con su vida sexual... Claro, claro, por eso las redes de contactos están a reventar cada noche, y los locales de ocio llenitos de casados ansiosos por darse un garbeo por la frontera de la infidelidad.
¿Dos veces por semana? Con suerte cada tres, incluso una vez al mes. Haz un rápido repaso mental: rutina, cansancio, falta de deseo, desórdenes afectivos, conflictos de pareja... Tensiones latentes que espacian y retardan los revolcones. En realidad, mentir acerca de la propia actividad sexual es lo mismo que esas encuestas que preguntan sobre el nivel de felicidad percibido: nadie quiere admitir ante un desconocido que no es feliz o que no practica el sexo todo lo que quisiera. Se trata de un puro mecanismo de defensa, una estrategia adaptativa, una forma de rodear el problema con la esperanza de llegar al otro lado, donde se solucionará todo como por arte de magia. Eso nunca sucede, pero nos lo decimos a nosotros mismos porque así el trayecto se hace más llevadero. Aunque nadie sabrá que has admitido que no mantienes relaciones sexuales (y menos en una encuesta anónima) nos resistimos a decirlo en voz alta porque es como admitir que tenemos una basurita en el alma.
Las mujeres no reacionan mejor ante los síntomas de la decepción oculta masculina: además de mentir en las encuestas, mienten a sus amigas acerca de la realidad de su relación y, mientras tanto, por las noches, se alegran de no tener que hacerse las dormidas ni quedarse inmóviles en la cama cuando notan que él se acuesta. «Esta noche no toca embestida súbita», suspiran aliviadas. Puede que alguna ingenua piense que eso significa que su protocolo sexual está dejando de ser una actividad silenciosa e implícita para convertirse en algo más civilizado y «telefilmesco».
La gente no cambia radicalmente de la noche a la mañana fruto de una decisión personal y unilateral, lo normal es que detrás haya un motivo nuevo y poderoso. La decepción oculta masculina no es el resultado de una mala gestión de la sexualidad por parte de las mujeres, más bien es la grieta que los hombres creemos encontrar para escapar de una relación acabada.
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
7. Historia universal de la convivencia en pareja
8. Numeritos conyugales: que no te los cuelen sin avisar
9. Los herbívoros, el nuevo Contrato Matrimonial y la paradoja Huxley-Houellebecq
10. La teoría del carrete
11. Las precondiciones de la relación ideal
¿Tu hombre siempre se va a dormir después que tú? ¿Se excusa diciendo que prefiere ver un rato la tele o que «ahora va»? ¿Espera pacientemente a que te duermas y luego se mete en la cama cuidadosa y silenciosamente? Pues una de dos: o se va a dedicar un ratito al porno-sin-compromiso o padece decepción oculta masculina. Se trata de dos momentos en una pendiente por la que los hombres suelen deslizarse en un momento u otro de una relación estable que acumula ya un largo recorrido. Es una curiosa sublimación del instinto polígamo que todo hombre guarda en algún rincón de su ADN y que, por diversas razones e intereses, reprime porque prefiere no dinamitar su relación actual. El comportamiento típico de decepción oculta masculina incluye ausencia de malos humores, conformismo y/o confortabilidad en la rutina y renuncia (y resignación) a las reyertas nocturnas bajo las sábanas. Suele culminar con una revelación más o menos inesperada y el anuncio de un cambio de orientación sexual, una disfunción eréctil, la llegada de un cambio radical de vida (incluyendo un cambio de hemisferio y el objetivo declarado de montar un chiringuito en una playa caribeña) o el reconocimiento de una relación oculta con otra mujer más joven...
Si no se produce ninguna de estas revelaciones, la cosa deriva en una mentira mutuamente interpretada y consentida, que no tiene que ser mala, pero sí tremendamente aburrida. Muy pocas veces hay ocasión de desvelar los hilos rojos de semejante pantomima implícita pero, igual que sucedió con los eclipses y la teoría de la relatividad, hay que saber esperar el momento oportuno: las mentiras que soltamos en una encuesta sobre actividad sexual. En la penúltima se afirmaba que, a pesar de la crisis, tres de cada cuatro españoles estaban satisfechos con su vida sexual... Claro, claro, por eso las redes de contactos están a reventar cada noche, y los locales de ocio llenitos de casados ansiosos por darse un garbeo por la frontera de la infidelidad.
¿Dos veces por semana? Con suerte cada tres, incluso una vez al mes. Haz un rápido repaso mental: rutina, cansancio, falta de deseo, desórdenes afectivos, conflictos de pareja... Tensiones latentes que espacian y retardan los revolcones. En realidad, mentir acerca de la propia actividad sexual es lo mismo que esas encuestas que preguntan sobre el nivel de felicidad percibido: nadie quiere admitir ante un desconocido que no es feliz o que no practica el sexo todo lo que quisiera. Se trata de un puro mecanismo de defensa, una estrategia adaptativa, una forma de rodear el problema con la esperanza de llegar al otro lado, donde se solucionará todo como por arte de magia. Eso nunca sucede, pero nos lo decimos a nosotros mismos porque así el trayecto se hace más llevadero. Aunque nadie sabrá que has admitido que no mantienes relaciones sexuales (y menos en una encuesta anónima) nos resistimos a decirlo en voz alta porque es como admitir que tenemos una basurita en el alma.
Las mujeres no reacionan mejor ante los síntomas de la decepción oculta masculina: además de mentir en las encuestas, mienten a sus amigas acerca de la realidad de su relación y, mientras tanto, por las noches, se alegran de no tener que hacerse las dormidas ni quedarse inmóviles en la cama cuando notan que él se acuesta. «Esta noche no toca embestida súbita», suspiran aliviadas. Puede que alguna ingenua piense que eso significa que su protocolo sexual está dejando de ser una actividad silenciosa e implícita para convertirse en algo más civilizado y «telefilmesco».
La gente no cambia radicalmente de la noche a la mañana fruto de una decisión personal y unilateral, lo normal es que detrás haya un motivo nuevo y poderoso. La decepción oculta masculina no es el resultado de una mala gestión de la sexualidad por parte de las mujeres, más bien es la grieta que los hombres creemos encontrar para escapar de una relación acabada.
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