Raritos que pagamos impuestos
La población mundial no parará nunca de crecer --quizá experimente leves retrocesos en casos de catástrofe sobrevenida-- más que nada porque la gente no va a renunciar a follar así como así. ¿Qué alternativas tenemos para ralentizar o racionalizar un crecimiento que ya es una seria amenaza para la supervivencia? La renuncia a la descendencia a base de argumentos de bienestar egoísta, el uso sistemático y responsable de anticonceptivos, el recurso a la cirugía en según qué factores socio-genéticos... Opciones viables y posibles hoy día, con todas las ventajas y un único inconveniente: que son voluntarias y nadie está por la labor. Si ya nos parece inconcebible que pueda promulgarse una legislación que obligue a un ser humano a aceptar unilateralmente una limitación que afecte a su capacidad procreadora, qué cabría esperar si esa restricción/prohibición tuviera que ver con el libre ejercicio de la sexualidad... Nos dicen que el follar se va a acabar y se monta una que no veas.
No existe (y es probable que no vuelva a existir) ninguna política que se atreva a decretar sobre la esterilización, voluntaria o no, ni sobre sus límites, condiciones, edad o circunstancias. Y si llega a darse es que estamos al borde de la extinción. Lo mismo cabe decir de la forma en que damos rienda suelta a nuestros instintos sexuales: no se puede hacer nada para acabar con las pulsiones irracionales y desordenadas que provocan el crecimiento descontrolado y desatendido de la población; como mucho, podemos sentarnos tranquilamente a ver del partido y ser testigos del incesante aumento de nacidos.
Y sin embargo, sabemos que la Tierra posee un límite a la capacidad de producción de alimentos y fuentes de energía. Tal y como está la biota, Gaia o como mierda queramos llamarla, está al alcance de nuestros conocimientos calcular el número máximo de habitantes vivos que admite el planeta. Es más, conocemos con precisión cuánto queda para alcanzar ese límite fatal y, lo que resulta aún más escandalosamente paradójico: sabemos perfectamente qué hay que hacer para ralentizar (nunca detener) el avance hacia el colapso. Pero no hacemos nada.
Seguimos dando por supuesto y actuando como si los recursos fueran inagotables, incrementando y diversificando el consumo como si el crecimiento de la población fuera una variable sin efecto sobre el medio ambiente, como si las modificaciones que introducimos por causa de nuestras (infinitas) necesidades de bienestar no afectaran a nuestras condiciones de vida. La teoría económica hace tiempo que acepta de manera oficial que la suma de los egoísmos parciales equivale al caos; el problema es que la desagregación individualista de esos mismos egoísmos conduce igualmente a una --mayor si cabe-- feroz resistencia al cambio (¿por qué yo y no los demás?). Desde todos los puntos de vista --genético, de los instintos, evolucionarios, de la cultura, del ocio-- la conclusión es preocupante. Pero no hacemos nada.
¿Esterilización preventiva y/o voluntaria? ¿Esterilización por imperativo legal a partir de cierta edad y/o número de descendientes? Ahora parece lunático y eugenésico, pero a medida que se reduzca el margen para la supervivencia asistiremos al surgimiento de iniciativas legislativas inéditas y sin precedentes que aun hoy no merecen ni siquiera un lugar en nuestro pensamiento.
No existe (y es probable que no vuelva a existir) ninguna política que se atreva a decretar sobre la esterilización, voluntaria o no, ni sobre sus límites, condiciones, edad o circunstancias. Y si llega a darse es que estamos al borde de la extinción. Lo mismo cabe decir de la forma en que damos rienda suelta a nuestros instintos sexuales: no se puede hacer nada para acabar con las pulsiones irracionales y desordenadas que provocan el crecimiento descontrolado y desatendido de la población; como mucho, podemos sentarnos tranquilamente a ver del partido y ser testigos del incesante aumento de nacidos.
Y sin embargo, sabemos que la Tierra posee un límite a la capacidad de producción de alimentos y fuentes de energía. Tal y como está la biota, Gaia o como mierda queramos llamarla, está al alcance de nuestros conocimientos calcular el número máximo de habitantes vivos que admite el planeta. Es más, conocemos con precisión cuánto queda para alcanzar ese límite fatal y, lo que resulta aún más escandalosamente paradójico: sabemos perfectamente qué hay que hacer para ralentizar (nunca detener) el avance hacia el colapso. Pero no hacemos nada.
Seguimos dando por supuesto y actuando como si los recursos fueran inagotables, incrementando y diversificando el consumo como si el crecimiento de la población fuera una variable sin efecto sobre el medio ambiente, como si las modificaciones que introducimos por causa de nuestras (infinitas) necesidades de bienestar no afectaran a nuestras condiciones de vida. La teoría económica hace tiempo que acepta de manera oficial que la suma de los egoísmos parciales equivale al caos; el problema es que la desagregación individualista de esos mismos egoísmos conduce igualmente a una --mayor si cabe-- feroz resistencia al cambio (¿por qué yo y no los demás?). Desde todos los puntos de vista --genético, de los instintos, evolucionarios, de la cultura, del ocio-- la conclusión es preocupante. Pero no hacemos nada.
¿Esterilización preventiva y/o voluntaria? ¿Esterilización por imperativo legal a partir de cierta edad y/o número de descendientes? Ahora parece lunático y eugenésico, pero a medida que se reduzca el margen para la supervivencia asistiremos al surgimiento de iniciativas legislativas inéditas y sin precedentes que aun hoy no merecen ni siquiera un lugar en nuestro pensamiento.
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