Teorías convenientes para mi mentalidad: 19. La ética sexual de la clase media

1. Las fases en una relación de pareja
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
7. Historia universal de la convivencia en pareja
8. Numeritos conyugales: que no te los cuelen sin avisar
9. Los herbívoros, el nuevo Contrato Matrimonial y la paradoja Huxley-Houellebecq
10. La teoría del carrete
11. Las precondiciones de la relación ideal
12. La decepción oculta masculina
13. El bosón de Higgs de las relaciones urbanas
14. ¿A cuántos mojitos estás de la infidelidad?
15. El clan de las menos guapas (I)
16. El clan de las menos guapas (II)
17. Sistemas Femeninos de Datación Sentimental
18. La piedra angular del desencuentro


Como voy a teorizar (¡qué novedad!) y, por tanto, a generalizar, me tomaré unas líneas para acotar previamente contra qué o quiénes no van dirigidos los tiros. No me voy a referir a los pijos pastosos, porque el dinero es un gran lubricante/catalizador de las relaciones, así que no les hace falta nada de lo que voy a decir; esos pueden dejar de leer aquí mismo. La cosa tampoco va con los macoyas, cafres, garrulos, aburridos, misántropos, resentidos y/o dejados que exhiben sin asomo de mala conciencia las técnicas depredadoras propias del estado de naturaleza para buscar/fomentar/forzar relaciones. Los dardos apuntan esta vez contra ese grupo extraño, indeterminado --y, por lo que se ve, en vías de extinción debido a la desaparición de sus condiciones económicas de vida-- que denominamos clase media. Un grupo social fruto del inesperado cruce entre seguridad y moral biempensante, atrapado en la irresoluble contradicción de querer alcanzar un estatus de pijo pastoso (razón por la cual se aviene a medrar y a tratar de escalar posiciones a base de socialización, rutina y sumisión) y la secreta superioridad de quien conoce y sabe moverse en los ambientes garrulos (que desprecian porque a cada año que comparten hábitat amenazan con convertirse en sus iguales). La clase media ansia dejar de tener que cruzarse con garrulos cuanto antes y cree que una inédita combinación de estudios superiores y cierta ética igualitarista de los sexos les ayudará a conseguirlo. La clase media es la única que hoy por hoy sigue creyendo que sabrán manejarse en un ambiente adinerado --donde el individualismo y el materialismo son la pauta de supervivencia-- con su ética práctica prima hermana del garrulismo. En dos palabras: nuevos ricos. Ay, en fin, la clase media y su ingenuidad...

De entrada, establezcamos sin paliativos ni medias tintas nuestra mayor contradicción como hombres cincuentones de clase media: desear tener al lado una mujer atractiva que cuida su aspecto mientras nosotros renunciamos/nos negamos a hacerlo. No es más que una patética distorsión que la edad acaba visibilizando, pero en realidad ha sido nuestro principal anhelo sentimental desde la pubertad (tías buenas que estén a nuestro lado sin esperar nada a cambio). Las dos primeras cosas que hay en nuestra lista de deseos son la juventud y la belleza física, el resto de prioridades o requisitos van cambiando con los años, pero esas dos todavía son inamovibles. Su concurrencia simultánea nos perturba hoy y siempre, y aunque hemos aprendido a controlarnos por un prurito social o de supervivencia respecto a nuestra pareja, lo cierto es que no nos deja indiferentes. El que afirme lo contrario miente o se está trabajando a una pardilla en este mismo instante y todavía no puede admitirlo. No es para estar orgulloso ni debemos considerarlo una maldición insalvable, pero de momento es la pauta escandalosamente mayoritaria. Que ellos traten de conservarse delgados y ellas atractivas es una condición necesaria (pero no suficiente) para que todo lo anterior funcione.

Aun así, no es menos contradictorio el anhelo de las mujeres de nuestra misma edad: creer que, sin las distorsiones de la maternidad, la crianza de los hijos, la inmadurez y otros complejos que se resuelven con la edad (no siempre se consigue) podrán disfrutar de una relación de pareja como no la tuvieron (pero sí desearon o buscaron) en su juventud, y que si no culminó fue por culpa de todos esos peajes sociales impuestos o por la torpeza de terceras personas. Las mujeres, a partir de una cierta edad y con una nueva perspectiva de la vida, tienden a creer que si no encontraron al hombre de su vida antes fue porque no sabían lo suficiente. Es la tranquilidad del deber cumplido (y con esto me refiero a la maternidad) la que les renueva las fuerzas para reanudar la búsqueda --esta vez sí-- de una relación madura e igualitaria que colme sus deseos sentimentales, éticos, sexuales, sociales, culturales y de viajes al extranjero. Es cierto que ellas ahora son más sabias y hay más posibilidades de éxito; pero no parecen darse cuenta de que nosotros no nos hemos movido un milímetro de nuestras posiciones. Así nos va...

Ahora apliquemos la ética sexual de la clase media a los otros dos grupos en competencia: cuando los pijos pastosos maduros se pierden descaradamente por las jovencitas de buen ver su actitud parece falsa, arrogante y de aprovechados, pero como triunfan lo disculpamos o admitimos --con la boca pequeña, para que no nos oiga nuestra pareja-- que su ilegal estrategia funciona; cuando lo hacen los machistas garrulos maduros resultan miserables, patéticos y hasta ingenuos, incapaces de ver la enorme distancia que separa sus deseos de la realidad. Nos sentimos superiores porque sabemos que --como personas con estudios superiores que somos-- lo haríamos infinitamente mejor que ellos; es más, si entráramos en competencia nos llevaríamos a la garrulilla de calle (¡cuántas veces ha sucedido y después nos hemos arrepentido!).

Con la clase media no hay manera de aclararse: atrapada entre el caballero y el pordiosero, el opresor y el revolucionario, el poder y los sentimientos; siempre preocupada por el elemento menos dominante en su relación (la pastosa o la garrula). Si tienden al pastosismo intentan parecer unos canallitas atractivos, en caso contrario, tratan de impresionar a base de alardes exclusivos y de derroche que escandalicen (por envidia) a un entorno tendente al pastosismo. La clase media es el único de los tres grupos que se cuestiona constantemente su propio estatus y conducta: a los pastosos lo único que les preocupa es que no falte la pasta, porque sin ella no resultarán atractivos; a los garrulos, la única cosa que ocupa su mente es satisfacer el instinto de forma rápida y barata. La pobre clase media sigue tratando de encontrar la perfección en un inexistente punto intermedio que combine lo mejor de ambos mundos. Puede que unos pocos lo encuentren y les funcione, pero es poco probable, porque siempre se toparán con su verdadero talón de Aquiles: seguir creyendo en la corrección política, considerarse heredera de una tradición filosófico-liberal-progresista que aún confía en la eficacia de los sentimientos inconscientes en cuestiones amorosas. Y por si eso no fuera suficiente, asumen como ciertos infinidad de mitos, tópicos e irrealidades sobre el amor romántico que el cine y la literatura barata abocan como desechos tóxicos sobre la cultura occidental. Es triste, pero la clase media todavía comulga con una serie de leyendas urbanas --insostenibles desde un punto de vista evolutivo-- acerca de la vida y el amor también:

1. La vigencia de cierta actitud romántica (o por lo menos la certeza de que hay fechas, ocasiones y lugares en los que ser romántico es una obligación) que consideran útil para la prolongación de las relaciones estables de pareja.

2. Esa misma actitud romántica sigue en lo básico las pautas que exhiben la literatura y el cine más absurdos, rozando la irrealidad imposible de la publicidad: momentos perfectos, lujo incipiente, significados íntimos. ¡Y aún así insisten!

3. Aún creen que el secreto del éxito en una relación es una combinación única de intimidad sexual, familiaridad, vida social, viajes a destinos exóticos, cultura urbana cuidadosamente dosificada y una calculada adopción de determinadas modas frívolas a las que se incorpora un entrañable toque personal.

Más de uno y más de una se puede preguntar: ¿por qué tantas molestias? Pues porque la clase media sigue obstinada en la vigencia de toda esa alharaca romanticoide para favorecer la práctica del sexo de madrugada mutuamente deseado y espontáneo, rápido y silencioso. Ese es su auténtico y oculto objetivo, donde la clase media cree haber encontrado el punto intermedio ideal. Puede salir bien o mal, tener más o menos mala conciencia (o ninguna), lo único que distingue a la clase media de los pastosos y los garrulos es que se toma un trabajo telúrico para conseguir El Polvete (e mayúscula, pe mayúscula) mensual. A veces creo que esta nefasta gestión de la vida y de la sexualidad están detrás del pésimo funcionamiento de nuestra sociedad. En serio, a veces lo pienso...

Llamemos a las cosas por su nombre: desde que triscábamos en la sabana y recolectábamos frutos silvestres lo único y principal que nos ha movido como especie es la lujuria a primera vista. ¿Por qué habría de ser diferente 10.000 años después si nuestro ADN no ha sufrido modificaciones naturales o artificiales? ¿Por qué de pronto, si las condiciones básicas de subsistencia no han variado en lo esencial, habría que valorar el carácter y los sentimientos (que requieren más esfuerzo y un contacto más profundo) antes que el aspecto? No estoy describiendo lo que debería ser, sino lo que es, aquí y ahora. Es más, no tengo ni idea de cómo vamos a cambiar si no aceptamos que, para conducirnos de acuerdo a una ética sexual real e igualitarista, es necesario actuar en contra de lo que recomienda el instinto. Admitámoslo sin tapujos: el estado de cultura exige --repito, exige-- para funcionar como es debido que hagamos lo contrario de lo que nos susurra el instinto; el mismo que debemos ahogar bajo toneladas de ética sexual de clase media adquirida en todas las esferas de socialización existentes (familia, escuela, amigos, trabajo, viajes al extranjero con otras parejas, residencias de ancianos...)

La gran paradoja de la ética de la clase media es que, cuando estalla en pedazos la relación que le proporcionaba todas esas cosas que le costaban tanto esfuerzo conseguir, siente angustia y alivio a la vez: angustia porque sin pareja queda expulsado de la comunidad de seres estables con prestigio y vida social; alivio porque de repente tiene la oportunidad de hacerse con una nueva pareja y regresar a su grupo de referencia habiendo corregido los errores cometidos.

Por fortuna, quedan dos motivos para la esperanza: los herbívoros comienzan a ser un grupo con suficiente masa crítica como para cuestionar este estado de cosas (podrían acabar convirtiéndose en la siguiente opción mayoritaria); la polarización entre ricos y pobres, cada vez más alejados física e ideológicamente, fomenta un contexto económico y social que permite augurar el declive de la clase media y su contradictoria, irreal e imposible ética sexual.




http://bajarsealbit.blogspot.com.es/2014/09/teorias-convenientes-para-mi-mentalidad.html

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