Teorías convenientes para mi mentalidad: 7. Historia universal de la convivencia en pareja
1. Las fases en una relación de pareja
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
Durante 9.983 años las mujeres se ocuparon de la casa, sus maridos y, muy especialmente, del cuidado de los hijos. Entonces, cuando quedaban diecisiete años para celebrar por todo lo alto los primeros 10.000 años de vigencia de este bonito modelo, llegó un señor llamado Woody Allen y dijo que muy bien, que cumpliría con las responsabilidades de un padre respecto a los hijos adoptados de su pareja, pero que prefería quedarse en su casa, mientras ella y la prole se arremolinaban en otra, y pasar allí fines de semana, escribir sus guiones, ver tele y demás momentos puntuales. Seguramente no fue el primer caso de relación no convivencial de la historia de la humanidad, pero como se trataba de un personaje famoso la cosa tuvo bastante repercusión social y ha quedado bastante bien documentada.
Más tarde, cuando los divorcios anuales superaron a los matrimonios y los solteros/as más enquistados se resistían a perder sus zulos de ocio, independencia y nivel de vida a cambio de un modelo antiguo sin garantías, surgieron por todas partes las parejas no convivenciales, con o sin hijos. Resultó que todo eran ventajas respecto al viejo modelo todos-en-la-misma-casa (también denominado a veces bomba de tiempo): distribución de tiempos y responsabilidades, posibilidad de poner tierra de por medio en caso de tensiones o disputas, agradable (aunque irreal) sensación de estar siempre en la Fase 1, que, en todo caso, era evidente que duraba más que en el modelo antiguo. Todo encajaba sin dificultad, daba la sensación de ser una solución mucho más civilizada, menos intrusiva y mejor para todo lo doméstico en general. Lo malo es que esta gente no previó el factor apalancamiento masculino: al final el hombre pasa más tiempo en casa de ella que en la suya y no hay manera de sacarlo de allí (porque es más cómodo, claro). El modelo no convivencial mutó, se degradó hasta extremos desconocidos y acabó convertido en una variante --mejorada en sus defectos-- del modelo antiguo. Y todo ello sin que hubiera habido acuerdo mutuo ni previo.
Han pasado más de dos décadas desde que el modelo no convivencial amenazó (levemente, ahora ya lo sabemos) al antiguo, y nuevos decubrimientos parecen anunciar probables mejoras que hay que explorar, gracias a las lecciones aprendidas. Por ejemplo, ahora sabemos que si un miembro cualquiera de la pareja se subroga unilateralmente cualquier tarea doméstica (especialmente de las que hay que realizar por narices en días laborables) provoca un implícito y nunca declarado efecto liberador equivalente en su cónyuge, que se siente --implícitamente también-- exonerado de por vida. Por eso, la mayoría de individuos que conviven en pareja se cuida muy mucho de hacer algo así, porque eso supone abrir una primera grieta que dejará paso --tiempo al tiempo-- al modelo antiguo. La realidad práctica es que la convivencia en días laborables se convierte en un campo de batalla repleto de escaramuzas no anunciadas, gestos parciales nunca acordados y leves derrotas que provocan cabreo oculto. Este concepto es otro descubrimiento relativamente reciente, y consiste en el resquemor que acumula cualquier miembro de una pareja cuando descubre que su cónyuge se escaquea todo lo que puede, especialmente en las tareas domésticas. Lo que aún no sabemos es si algún día daremos con una fórmula que permita calcular el punto de ignición del cabreo oculto. Lo curioso es que, quienes --por circunstancias-- no tienen pareja o crían a sus hijos sin ella, como no tienen más remedio que hacerse cargo cada día de cada día de cada día de las tareas domésticas, resulta que responden mucho mejor a este imperativo situacional y se organizan mejor. Y además, según han puesto de manifiesto algunos experimentos en entorno controlado, no acumulan cabreo oculto.
Quién sabe si estaremos a las puertas de un nuevo paradigma convivencial, compatible con nuestro actual estilo de vida formalmente igualitario. Lo que es seguro es que el modelo antiguo y su leve alternativa acumulan demasiadas evidencias en contra para resultar válidos y fiables por poco tiempo más. Necesitamos un Karl Popper de las relaciones que demuestre la inutilidad de tanta fruslería y se atreva con una nueva versión de La convivencia abierta y sus enemigos.
(continuará)
2. La invisibilidad no sincronizada y la doble decepción masculina
3. Hombres
4. Ese universal e irrefrenable deseo de convivencia
5. Wapis
6. Madres profesionales. Madres eclipsadas
Durante 9.983 años las mujeres se ocuparon de la casa, sus maridos y, muy especialmente, del cuidado de los hijos. Entonces, cuando quedaban diecisiete años para celebrar por todo lo alto los primeros 10.000 años de vigencia de este bonito modelo, llegó un señor llamado Woody Allen y dijo que muy bien, que cumpliría con las responsabilidades de un padre respecto a los hijos adoptados de su pareja, pero que prefería quedarse en su casa, mientras ella y la prole se arremolinaban en otra, y pasar allí fines de semana, escribir sus guiones, ver tele y demás momentos puntuales. Seguramente no fue el primer caso de relación no convivencial de la historia de la humanidad, pero como se trataba de un personaje famoso la cosa tuvo bastante repercusión social y ha quedado bastante bien documentada.
Más tarde, cuando los divorcios anuales superaron a los matrimonios y los solteros/as más enquistados se resistían a perder sus zulos de ocio, independencia y nivel de vida a cambio de un modelo antiguo sin garantías, surgieron por todas partes las parejas no convivenciales, con o sin hijos. Resultó que todo eran ventajas respecto al viejo modelo todos-en-la-misma-casa (también denominado a veces bomba de tiempo): distribución de tiempos y responsabilidades, posibilidad de poner tierra de por medio en caso de tensiones o disputas, agradable (aunque irreal) sensación de estar siempre en la Fase 1, que, en todo caso, era evidente que duraba más que en el modelo antiguo. Todo encajaba sin dificultad, daba la sensación de ser una solución mucho más civilizada, menos intrusiva y mejor para todo lo doméstico en general. Lo malo es que esta gente no previó el factor apalancamiento masculino: al final el hombre pasa más tiempo en casa de ella que en la suya y no hay manera de sacarlo de allí (porque es más cómodo, claro). El modelo no convivencial mutó, se degradó hasta extremos desconocidos y acabó convertido en una variante --mejorada en sus defectos-- del modelo antiguo. Y todo ello sin que hubiera habido acuerdo mutuo ni previo.
Han pasado más de dos décadas desde que el modelo no convivencial amenazó (levemente, ahora ya lo sabemos) al antiguo, y nuevos decubrimientos parecen anunciar probables mejoras que hay que explorar, gracias a las lecciones aprendidas. Por ejemplo, ahora sabemos que si un miembro cualquiera de la pareja se subroga unilateralmente cualquier tarea doméstica (especialmente de las que hay que realizar por narices en días laborables) provoca un implícito y nunca declarado efecto liberador equivalente en su cónyuge, que se siente --implícitamente también-- exonerado de por vida. Por eso, la mayoría de individuos que conviven en pareja se cuida muy mucho de hacer algo así, porque eso supone abrir una primera grieta que dejará paso --tiempo al tiempo-- al modelo antiguo. La realidad práctica es que la convivencia en días laborables se convierte en un campo de batalla repleto de escaramuzas no anunciadas, gestos parciales nunca acordados y leves derrotas que provocan cabreo oculto. Este concepto es otro descubrimiento relativamente reciente, y consiste en el resquemor que acumula cualquier miembro de una pareja cuando descubre que su cónyuge se escaquea todo lo que puede, especialmente en las tareas domésticas. Lo que aún no sabemos es si algún día daremos con una fórmula que permita calcular el punto de ignición del cabreo oculto. Lo curioso es que, quienes --por circunstancias-- no tienen pareja o crían a sus hijos sin ella, como no tienen más remedio que hacerse cargo cada día de cada día de cada día de las tareas domésticas, resulta que responden mucho mejor a este imperativo situacional y se organizan mejor. Y además, según han puesto de manifiesto algunos experimentos en entorno controlado, no acumulan cabreo oculto.
Quién sabe si estaremos a las puertas de un nuevo paradigma convivencial, compatible con nuestro actual estilo de vida formalmente igualitario. Lo que es seguro es que el modelo antiguo y su leve alternativa acumulan demasiadas evidencias en contra para resultar válidos y fiables por poco tiempo más. Necesitamos un Karl Popper de las relaciones que demuestre la inutilidad de tanta fruslería y se atreva con una nueva versión de La convivencia abierta y sus enemigos.
(continuará)
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