La información cotiza. ¿Y el conocimiento?
Todo parece indicar que los buscadores están dispuestos a pagar por incluir determinados resultados (mejor si son exclusivos): Twitter ha llegado a un acuerdo con Google y Microsoft para gestionar datos de esta red social en sus páginas. Eso significa, en corto y claro, que Twitter hará negocio con los contenidos generados por sus usuarios (o con la información que han facilitado en sus perfiles). Por eso modificó las condiciones del servicio en agosto de 2009. Los usuarios/consumidores dados de alta, sin saberlo, estamos generando beneficios a cambio de 140 caracteres (y de la gratuidad del servicio, no lo olvidemos). No tenemos que hacer nada, la mera existencia de nuestros perfiles personales nos valoriza como mercancía. En un mercado donde las búsquedas se consolidan como la principal actividad (después del correo) del internauta es cuestión de obtener ventajas competitivas por contrato. Llega el momento de poner fronteras al inmenso contenedor de datos en el que todos los buscadores escarbaban sin preocuparse del resto.
Algo muy parecido sucede en la blogosfera: cada vez más se abren blogs de blogs (algo así como una combinación de lector de feeds con sugerencias editoriales) dedicados a reunir, seleccionar, ordenar y extractar los contenidos que los innumerables blogueros cuelgan por pura emanación creativa y sin ánimo de lucro. Estas webs obtienen contenidos gratuitos (no deben mantener un equipo de redacción) y como tienen orientación comercial se supone que atraen más visitas y al bloguero anónimo le resulta atractiva la posibilidad de dar a conocer su trabajo (yo estoy metido en dos: MoviePilot y Paperblog). El lado oscuro de este invento es que el bloguero puede pasarse toda la vida haciendo su contribución que no verá ni un duro a cambio; es más, nadie la echará de menos si deja de hacerla porque hay otros cien mil para escoger. Sólo unos pocos serán capaces de distinguirse como autores gracias a su estilo, la audacia del tema o el contexto en el que se realiza. El bloguero es un chollo como proveedor de contenido. Mi pregunta es: ¿existe una alternativa al señuelo de los contenidos a cambio de una probable notoriedad? Lo cierto es que sin un dato o acontecimiento ajeno al mundo virtual que nos sitúe en el mapa (ganar un concurso, hacer política, escribir un best-seller, estar implicado en un juicio, casarse con un famoso/a...) no hay forma de conseguir que nadie se plantee pagar por tus textos. Para los que no pertenecemos a los elegidos, los blogs de blogs son nuestra única esperanza.
Esta misma pauta de obtención de contenidos gratis explica la resistencia de las cadenas de televisión a abandonar una telerrealidad con evidentes síntomas de agotamiento: son programas baratos en los que basta con acotar los espacios de filmación y enchufar las cámaras; los contenidos los generan por emanación de garrulismo quienes se prestan a la pantomima (un concurso, una selección de candidatos, un experimento...). Incluso se puede complementar con debates en los que los familiares y algunos expertos en banalidades analizan y comentan lo sucedido. Es la forma más barata de llenar horas y horas de la parrilla, la mejor estrategia para estos tiempos de contracción inversora.
Está claro que el conocimiento no es rentable, la información banal, en cambio (al menos potencialmente), sí lo es. Los textos que cuidadosamente dejamos caer en nuestros blogs no valen nada, pero saber si vives en Barcelona, te gusta el cine o tienes hijos en edad Disney establece tu cotización de inmediato.
Al otro lado del monitor, Rupert Murdoch continúa su prometeica lucha contra la tendencia general que apuesta por los contenidos gratuitos, defendiendo el modelo de negocio tradicional: el pago a cambio de información avalada por profesionales. El objetivo no es otro que rentabilizar las versiones digitales de sus diarios: harto de los gurús que han provocado que el usuario/consumidor piense que todo es gratis en Internet, y harto también de que los buscadores puenteen el acceso a sus webs, negocia un acuerdo en exclusiva para que sólo uno (Bing) devuelva contenidos de las ediciones digitales de sus periódicos. Eso implicará que al resto tendrá que impedirle que indexen los contenidos de sus webs (en principio no dejando pasar al spider), u obligarles a que dejen de hacerlo. ¿Será tan fácil como escribirlo?
Murdoch lucha por mantener a flote el modelo de pago a base de estrategia, pero todavía hay muchos que optan por la misma causa demonizando con el mismo exceso de ideología que sólo detectan en el enemigo, son los fundamentalistas del capital, para quienes todo lo que huele a gratis es una hidra venenosa que es necesario erradicar, porque eso les devolverá al paraíso del mercado perfecto, en el que el usuario/consumidor calla y paga:
«La verdadera revolución no viene de la mano de las redes sociales, sino de la aplicación asesina de mayor éxito en Internet: los portales P2P. O del disfrute online de todo tipo de contenidos, empaquetados por nuevos intermediarios. Un modelo que consiste en intercambiar archivos gratuitos que otros hicieron trabajando e invirtiendo su dinero. Hasta ahora, el mercado tiene dos caras que se equilibran: los que pagan y los que no. El día en que se generalice a escala planetaria la gratuidad se acabará la información contrastada, las buenas películas, series y música. Éstas surgen de un esfuerzo que no se puede traducir más que en rentas de trabajo y en beneficios empresariales.
»La sociedad amateur, la free culture de Lessing o la free economics de Andersson son un sueño imposible, que se está convirtiendo en una nueva religión con excesiva ideología. Los contenidos financiados solamente por publicidad y los autogenerados por los usuarios sin lucro no pueden sustituir al conjunto de los medios de comunicación y a las industrias del entretenimiento al mermar drásticamente sus recursos. Se abrirá claramente una brecha entre contenidos low cost y premium. Al igual que ahora, unos los pagará la publicidad y los otros directamente los usuarios-consumidores. Mientras tanto, la web 2.0 no da beneficios, y ya se habla de la web 3.0. Otros ponen el prefijo 2.0 a todo porque está de moda, esperando que caigan las nueces sin varear la noguera».
Está claro que el modelo de contenidos proporcionados por aficionados o no profesionales no genera suficientes ingresos, por eso asistimos a una revalorización de la información: negociar --gracias al prestigio adquirido dentro y fuera del mundo digital-- acuerdos que permitan obtener ingresos de unos contenidos gratuitos que, hoy por hoy, generan tráfico pero no ingresos. O si no, reunir datos únicos (como los datos personales de millones de usuarios/consumidores de las redes sociales) que otorguen ventajas competitivas a los buscadores que los manejan, y quizá de paso negociar con empresas que nos pondrán en el punto de mira de su bombardeo publicitario. Igual que hemos descubierto de la forma más dolorosa que los ejecutivos de Wall Street no saben de nada que no sea llenar sus bolsillos, poco a poco se va extendiendo la opinión de que no existe una teoría económica especial para los negocios digitales, y que las estrategias y los ciclos son idénticos a los del mundo físico. El caso Amazon y otros casos similares no parece afectar a más de un tecnócrata visionario que sigue empeñado en dar con el atajo que le haga millonario de golpe.
La contradicción entre libertad y negocio es insuperable: la rentabilidad sólo se consigue a base de fronteras, ya sean tecnológicas (tecnologías esclavas) o de la información (exclusivas por contrato). Aun así, es fundamental que los tecnócratas asuman que existen y existirán parcelas en Internet (debido a sus orígenes universitarios) de las que será imposible erradicar la temida free culture (por mucho que les reviente a trasnochados neocon como José Mª Álvarez Monzoncillo), y habrá que tolerarlas como si de una reserva digital de la digitoesfera se trataran. Al otro lado, los idealistas y los populistas también deberán asumir que (herencia de sus orígenes militares y su apertura a la iniciativa privada) habrá inmensos territorios dedicados al negocio puro y duro, y será inevitable que se reproduzca en ellos el mapa de las desigualdades geopolíticas que observamos en el planeta.
Para los neocon Google es la agencia de publicidad más poderosa del mundo; para los idealistas la encarnación digital del sueño renacentista. No debe extrañarnos que en este debate las posturas parezcan tan irreconciliables.
Algo muy parecido sucede en la blogosfera: cada vez más se abren blogs de blogs (algo así como una combinación de lector de feeds con sugerencias editoriales) dedicados a reunir, seleccionar, ordenar y extractar los contenidos que los innumerables blogueros cuelgan por pura emanación creativa y sin ánimo de lucro. Estas webs obtienen contenidos gratuitos (no deben mantener un equipo de redacción) y como tienen orientación comercial se supone que atraen más visitas y al bloguero anónimo le resulta atractiva la posibilidad de dar a conocer su trabajo (yo estoy metido en dos: MoviePilot y Paperblog). El lado oscuro de este invento es que el bloguero puede pasarse toda la vida haciendo su contribución que no verá ni un duro a cambio; es más, nadie la echará de menos si deja de hacerla porque hay otros cien mil para escoger. Sólo unos pocos serán capaces de distinguirse como autores gracias a su estilo, la audacia del tema o el contexto en el que se realiza. El bloguero es un chollo como proveedor de contenido. Mi pregunta es: ¿existe una alternativa al señuelo de los contenidos a cambio de una probable notoriedad? Lo cierto es que sin un dato o acontecimiento ajeno al mundo virtual que nos sitúe en el mapa (ganar un concurso, hacer política, escribir un best-seller, estar implicado en un juicio, casarse con un famoso/a...) no hay forma de conseguir que nadie se plantee pagar por tus textos. Para los que no pertenecemos a los elegidos, los blogs de blogs son nuestra única esperanza.
Esta misma pauta de obtención de contenidos gratis explica la resistencia de las cadenas de televisión a abandonar una telerrealidad con evidentes síntomas de agotamiento: son programas baratos en los que basta con acotar los espacios de filmación y enchufar las cámaras; los contenidos los generan por emanación de garrulismo quienes se prestan a la pantomima (un concurso, una selección de candidatos, un experimento...). Incluso se puede complementar con debates en los que los familiares y algunos expertos en banalidades analizan y comentan lo sucedido. Es la forma más barata de llenar horas y horas de la parrilla, la mejor estrategia para estos tiempos de contracción inversora.
Está claro que el conocimiento no es rentable, la información banal, en cambio (al menos potencialmente), sí lo es. Los textos que cuidadosamente dejamos caer en nuestros blogs no valen nada, pero saber si vives en Barcelona, te gusta el cine o tienes hijos en edad Disney establece tu cotización de inmediato.
Al otro lado del monitor, Rupert Murdoch continúa su prometeica lucha contra la tendencia general que apuesta por los contenidos gratuitos, defendiendo el modelo de negocio tradicional: el pago a cambio de información avalada por profesionales. El objetivo no es otro que rentabilizar las versiones digitales de sus diarios: harto de los gurús que han provocado que el usuario/consumidor piense que todo es gratis en Internet, y harto también de que los buscadores puenteen el acceso a sus webs, negocia un acuerdo en exclusiva para que sólo uno (Bing) devuelva contenidos de las ediciones digitales de sus periódicos. Eso implicará que al resto tendrá que impedirle que indexen los contenidos de sus webs (en principio no dejando pasar al spider), u obligarles a que dejen de hacerlo. ¿Será tan fácil como escribirlo?
Murdoch lucha por mantener a flote el modelo de pago a base de estrategia, pero todavía hay muchos que optan por la misma causa demonizando con el mismo exceso de ideología que sólo detectan en el enemigo, son los fundamentalistas del capital, para quienes todo lo que huele a gratis es una hidra venenosa que es necesario erradicar, porque eso les devolverá al paraíso del mercado perfecto, en el que el usuario/consumidor calla y paga:
«La verdadera revolución no viene de la mano de las redes sociales, sino de la aplicación asesina de mayor éxito en Internet: los portales P2P. O del disfrute online de todo tipo de contenidos, empaquetados por nuevos intermediarios. Un modelo que consiste en intercambiar archivos gratuitos que otros hicieron trabajando e invirtiendo su dinero. Hasta ahora, el mercado tiene dos caras que se equilibran: los que pagan y los que no. El día en que se generalice a escala planetaria la gratuidad se acabará la información contrastada, las buenas películas, series y música. Éstas surgen de un esfuerzo que no se puede traducir más que en rentas de trabajo y en beneficios empresariales.
»La sociedad amateur, la free culture de Lessing o la free economics de Andersson son un sueño imposible, que se está convirtiendo en una nueva religión con excesiva ideología. Los contenidos financiados solamente por publicidad y los autogenerados por los usuarios sin lucro no pueden sustituir al conjunto de los medios de comunicación y a las industrias del entretenimiento al mermar drásticamente sus recursos. Se abrirá claramente una brecha entre contenidos low cost y premium. Al igual que ahora, unos los pagará la publicidad y los otros directamente los usuarios-consumidores. Mientras tanto, la web 2.0 no da beneficios, y ya se habla de la web 3.0. Otros ponen el prefijo 2.0 a todo porque está de moda, esperando que caigan las nueces sin varear la noguera».
Está claro que el modelo de contenidos proporcionados por aficionados o no profesionales no genera suficientes ingresos, por eso asistimos a una revalorización de la información: negociar --gracias al prestigio adquirido dentro y fuera del mundo digital-- acuerdos que permitan obtener ingresos de unos contenidos gratuitos que, hoy por hoy, generan tráfico pero no ingresos. O si no, reunir datos únicos (como los datos personales de millones de usuarios/consumidores de las redes sociales) que otorguen ventajas competitivas a los buscadores que los manejan, y quizá de paso negociar con empresas que nos pondrán en el punto de mira de su bombardeo publicitario. Igual que hemos descubierto de la forma más dolorosa que los ejecutivos de Wall Street no saben de nada que no sea llenar sus bolsillos, poco a poco se va extendiendo la opinión de que no existe una teoría económica especial para los negocios digitales, y que las estrategias y los ciclos son idénticos a los del mundo físico. El caso Amazon y otros casos similares no parece afectar a más de un tecnócrata visionario que sigue empeñado en dar con el atajo que le haga millonario de golpe.
La contradicción entre libertad y negocio es insuperable: la rentabilidad sólo se consigue a base de fronteras, ya sean tecnológicas (tecnologías esclavas) o de la información (exclusivas por contrato). Aun así, es fundamental que los tecnócratas asuman que existen y existirán parcelas en Internet (debido a sus orígenes universitarios) de las que será imposible erradicar la temida free culture (por mucho que les reviente a trasnochados neocon como José Mª Álvarez Monzoncillo), y habrá que tolerarlas como si de una reserva digital de la digitoesfera se trataran. Al otro lado, los idealistas y los populistas también deberán asumir que (herencia de sus orígenes militares y su apertura a la iniciativa privada) habrá inmensos territorios dedicados al negocio puro y duro, y será inevitable que se reproduzca en ellos el mapa de las desigualdades geopolíticas que observamos en el planeta.
Para los neocon Google es la agencia de publicidad más poderosa del mundo; para los idealistas la encarnación digital del sueño renacentista. No debe extrañarnos que en este debate las posturas parezcan tan irreconciliables.
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