Orgulloso apóstata del pop ibérico y contracultural de los ochenta: una crónica personal (I)

Yo fui uno esos jóvenes que, tras escuchar por primera vez Escuela de calor de Radio Futura, se metió en un bosque del que ya no pudo/quiso salir: el del pop-rock ibérico y contracultural de los ochenta. Al comienzo de aquella década (mitificada y denostada a partes iguales y con el mismo exceso) no pasaba de ser una música nueva que servía para estar al día, hacerse el moderno... y sobre todo para distinguirse de todo lo anterior. Pero los años y el azar la han convertido en un referente, quizá un lugar común, un hito que viene sirviendo para marcar principios o finales de etapa. Era el verano de 1984, pero hacía ya más de un lustro que aquel nuevo estilo estaba en marcha: surgían por todas partes grupos jóvenes e inexpertos que se lanzaban a componer, tocar e interpretar sin tener demasiada idea de ninguna de las tres cosas. En el mejor de los casos se trataba de ritmos pegadizos y/o de letras divertidas, a veces historias originales, incluso interesantes esbozos de fan fiction... Sin embargo, cuando se me reveló esta nueva realidad en auge gracias a Escuela de calor ya era algo a punto de consolidarse. Así que no puedo considerarme un pionero, ni mucho menos, pero sí haber sido fiel a su legado y a su alargada sombra, mucho más de lo que, en otras circunstancias, hubiera sido lo esperable. Puede que el secreto de su éxito y de su rápida expansión (y aceptación) se debiera a una imprevisible síntesis de ambiente cultural, expectativas políticas y permeabilidad a nuevas tendencias musicales; en mi caso era eso mismo pasado por un cóctel hecho de curiosidad intelectual y de subidón hormonal que --para bien o para mal-- nos ha definido como generación. Ahora que por edad somos carne de parodia, nuestras referencias musicales apestan a viejunas y sobre todo tengo algo más de conocimiento y perspectiva de las cosas, me apetece escribir este pliego de descargo para el pop ibérico ochentero, aunque sea con años de retraso...

La vida da muchas vueltas, y si algo nos define también como generación es que no dejamos de escuchar música, aunque sea siempre la misma; así que es normal que lo que durante la juventud me parecieron obras maestras acabaran arrinconadas por agotamiento, cambio de criterio propio o vergüenza ajena. Y todo para, a continuación, reivindicar acríticamente otros temas de casi la misma época que en su momento no me parecieron tan buenos o simplemente desconocía. Las canciones de los grupos que se identificaban con lo que, a falta de otra etiqueta, se acabó englobando como la movida (el palabro significaba entonces revuelo, algo inconcreto que evidenciaba que algo se cocía, movía o fraguaba en el ambiente) tenían algo en común: la informalidad y el gusto por el extremo. Muchas de sus letras demostraban una fuerte inspiración punk (corriente musical y estética por aquel entonces muerta y enterrada en Europa pero en España aún por concretarse) o, por el contrario, abundaban en el entrañable universo nocional de nuestra infancia tardofranquista (dibujos animados, géneros y personajes cinematográficos, clásicos de la literatura, tópicos de nuestra mojigatería, estrellas del rock y del pop...). Vaqueros, gángsters, personajes infantiles, vampiros, amores extraños..., la denuncia cruel y sarcástica de las contradicciones del Sistema, la ubicuidad intuida de una tecnología --entonces inexistente o apenas verificable en unos pocos inventos y descubrimientos-- que iba a llenar nuestro futuro, la fascinación por un ambiente urbano, nocturno y divertido, la ausencia de censuras y barreras..., y por supuesto un petardeo --hoy lo llaman postureo-- provocador y deliberadamente superficial: el sexo, droga y rock & roll de toda la vida en versión doméstica. En general eran músicas de estilos, tradiciones y géneros muy diversos que lo único que tenían en común era un punto de vista desenfadado e informal de la vida cotidiana, pero que de vez en cuando osaban darle la vuelta a determinados tabúes sacrosantos de nuestros mayores, ridiculizándolos como signo inequívoco de identidad y rebeldía generacional; o reciclando tópicos con ritmos importados/copiados e inéditas puestas en escena. Con el tiempo, unas cuantas bandas --tras unos cuantos cambios, abandonos y disoluciones-- cristalizaron en un proyecto artístico con personalidad y se labraron un merecido prestigio. Eso sí, al principio, cuando todos eran unos desconocidos, no se complicaban la vida sobre el escenario, y exhibían una diversión inversamente proporcional a su inexperiencia. El rock, el punk y el tecno proporcionaron una buena base musical sobre la que experimentar y, llegado el caso, alcanzar fama, éxito y dinero.

Bandas como Parálisis Permanente, La Mode, Kaka de Luxe, Ejecutivos Agresivos, Zombies, Decibelios, Desechables, Aviadro Dro finalmente han conseguido, tras una buena dosis de tiempo y nostalgia, que la industria discográfica más conservadora les aplique el mismo marchamo malditista de cualquier precursor, pionero, rebelde o incomprendido anglosajón, la misma brumosa antesala del mito y la segura cotización indecente de sus precarias y/o escasas grabaciones. No tiene nada que ver con la evolución de sus respectivos estilos, pero sus primeros años de actividad coincidieron con mi propio proceso de descubrimiento del mundo, por lo que sus éxitos sí que marcaron la evolución del mío. Musicalmente no es que fueran gran cosa, pero lo compensaban con grandes dosis de improvisación, extravagancia, desinhibición, atrevimiento, desfachatez, intuición y humor. Y en cuanto a sus letras --excepto las de La Mode, por culpa de Fernando Márquez-- no es que fueran un modelo de inspiración, pero al menos sirvieron de radiación de fondo para mis opiniones y decisiones y, ya puestos, para convencerme de que todo aquello me hacía más interesante y --¿por qué no?-- para despreciar (un poco, no mucho) cualquier cosa que se me antojara un convencionalismo socialmente superado.

Bandas hoy míticas como Burning, Leño o Tequila fueron abriendo brecha en el rock más clásico y urbano desde finales de los setenta, preparando el camino a una legión de imitadores que les dieron la puntilla y el relevo en menos de cinco años (el último álbum de Tequila se editó en 1981). La primera línea, la que marcó la historia del movimiento, incluye nombres como Radio Futura (probablemente el buque insignia del movimiento por su contundencia e impecable trayectoria musical, la calidad de sus letras y la evolución artística de su líder), Nacha Pop, La Frontera, Alaska y Dinarama, Celtas Cortos, La Unión, Golpes Bajos... Incluso Gabinete Caligari que, a pesar de los grandes éxitos que cosechó, representa el reverso oscuro de esta primera línea, con su rápido auge y caída sin dejar apenas huella; casi una metonimia de lo que fue el pop contracultural y ochentero en España. El grupo cosechó sus primeros éxitos gracias a canciones castizas que mezclaban rock y ritmos populares como el pasodoble, aparte del hecho de que en sus conciertos no escondían para nada su ideología de extrema derecha. Pero su música gustaba, hasta que llegó Camino Soria (1987), el álbum donde dejaron definitivamente atrás ciertos tics políticos y se centraron en unas canciones románticas y clásicas que agradaran a la mayoría (como así fue)... Y a partir de ahí cuatro anodinos álbumes más, y luego apenas nada...

Pero no todo eran sonidos pospunk, rockeros o tecno, también se apuntaron grupos que tomaron el relevo a los clásicos de los sesenta y setenta, como Los Brincos, Fórmula V o Los Sírex: los nuevos tiempos exigían un cambio de punto de vista, vestuario y actitud. Por eso los ritmos castizos y guatequeros de toda la vida seguían latiendo con fuerza en las canciones de Mecano, Hombres G, La Guardia, Los Nikis, Olé Olé u Objetivo Birmania... Y es que el peso de la tradición no se borra de un plumazo, de la misma manera que no se puede ignorar el pasado. Algo bueno tendrá cuando algunas cosas merecen perdurar o reivindicarse...


(continuará)


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