Ética para Don Nadies 1. Sobrevivir en sociedades políticamente degradadas
Extractos del mismo ejemplar de El País (08/10/2010):
1. «Ante la dificultad para conciliar en condiciones, algunas mujeres optan por dedicarse de lleno a ser madres [...] Eva Gracia, 28 años, se hizo esta pregunta después de que en septiembre, cuando solicitó la jornada reducida, le anunciaran que su puesto "ya no existe" y que, si se reincorporaba, lo haría para ocuparse de "las tareas que fueran surgiendo". Se las enumeraron vagamente y vio que tenían que ver con las de una administrativa o una secretaria, no con las de una consultora jurídica, que era el puesto que desempeñaba antes de ser madre. "Al final pacté un despido" [...]
»Ahora está en casa, tiene un blog (mamacontracorriente.com) que le aporta "autoestima, y puede que llegue a dar dinero", y cuida de su hijo. "Al principio no quería dejar de trabajar, tenía miedo a perder el tren. Es una pena pasarse años estudiando, primero Derecho y luego un máster en Mercantil, para esto. Además, he visto que económicamente no me compensaba la reducción de jornada. Iba a cobrar 750 euros al mes, pero eso implicaba pagar una guardería privada en Madrid: 350 euros. Y es barata"». (Pre)Parados/19
2. «Un trabajo precario y mal remunerado no es un aliciente que pueda disuadir a las mujeres de que su identidad como féminas se solapa con la maternidad full time tal como se les predica.
»Ante estos cantos de sirena, no viene mal recordar, en clave beauvoireana, que la hembra humana tiene la posibilidad -y el deber existencial- de hacer de su subordinación a la especie un proyecto individualizado en el que ella sea quien fije los estándares de su entrega. Por supuesto con responsabilidad, disponibilidad y generosidad, pero de manera que la haga compatible con otros proyectos propios del ser humano que es». Comentario sobre el libro Le conflit. La femme et la mére (2010) de Elisabeth Badinter.
Anexo: Una entrevista al marido de Badinter --exministro de Mitterand y actualmente embajador francés en Madrid-- ocupa la contraportada del mismo diario, como si el lector fuera incapaz de darse cuenta que la coincidencia de ambos textos no es casual, y que la selección de noticias y contenidos también tiene sus propios hilos rojos de la conveniencia.
El tremendo desajuste entre la situación de Eva Gracia y la teoría de Elisabeth Badinter no es conceptual, sino que debe entenderse en términos de diferencial de bienestar: la primera expresa --atrapada en su acuciante día a día de la maternidad y el trabajo precario-- la imposibilidad de alcanzar un análisis económico de su situación, debido a que las necesidades de su presente le impiden hacerse cargo de los errores y carencias. La segunda --con ese estilo pedante e inservible tan caro a los funcionarios intelectuales-- describe una realidad sólo visible desde su torre de marfil universitaria, desmenuzando desde la seguridad de sus ingresos y su puesto de trabajo fijo problemas bien lejanos a su entorno. Una impostura que no le impide --ni a ella ni a ninguno en su misma situación-- considerarse a sí misma como una persona implicada en la batalla por la igualdad.
Dos noticias, dos vidas, dos mujeres, que revelan la dualidad estructural hacia la que tiende peligrosamente la sociedad occidental. Dualidad irreconciliable no por lo opuesto de los posicionamientos, sino por el distinto nivel de bienestar que implica a una y otra. Las reflexiones teóricas oficiales no rehuyen prácticamente ningún debate, por polémico que sea, pero toda esa actividad incansable y positiva tiene todas las virtudes de una modélica sociedad civil y un único defecto: carecer de utilidad práctica para modificar el statu quo --como el de Eva Gracia-- marcado por la penuria económica y la falta de apoyos o salidas. Es algo común a las instancias del poder (economía, política, medios de comunicación, expertos en todos los temas imaginables): su discurso se reduce a mera palabrería, textos que se limitan a señalar las causas y a enunciar lo más deseable en un contexto adverso. Todo lo demás (legislación, cambios, límites, renuncias, acciones) se da por supuesto, mencionando de pasada un vago anhelo acerca de unas supuestas bondades para el caso de que las cosas fueran de otra manera.
El resultado: cabreo entre los afectados que aún se molestan en leer estos textos o desistimiento en la inmensa mayoría. Es necesario tomar pedazos sueltos, y conectarlos --como estas dos noticias-- para que se revelen los auténticos males estructurales, porque ninguna noticia o análisis por sí solo se atreve a apuntar a las causas sin importar a quién salpica. Está en juego no sólo la supervivencia física (la gestión del mínimo), sino la estabilidad mental: permanecer serenos ante un desastre ubicuo y contra el cual sabemos --literalmente-- que no podemos actuar sin empeñar la existencia misma.
Es cierto que la sociedad occidental admite el cambio desde abajo, ha sucedido varias veces en la última década, pero el coste es tremendo para quienes llevan la iniciativa en el desgaste frente al poder. Ante la disyuntiva de hipotecar la vida a un proyecto cuyos beneficios no disfrutarás frente a una existencia que permita sobrevivir con un estrecho margen de bienestar, está claro que la mayoría optamos por lo segundo, porque nos va la vida en ello. Cuando uno de esos proyectos triunfa sus líderes son incorporados al panteón cívico del poder, y sus vidas convenientemente reinterpretadas como ejemplo para las generaciones futuras, pero detrás de esos fastos se ocultan problemas laborales, disputas por prioridades, conflictos familiares, acusaciones de inflexibilidad, ingenuidad e inutilidad.... Nunca podremos saldar nuestra deuda con personas así.
En Occidente hace tiempo que se sabe que quienes abandonan sus estudios obligatorios están condenados a la precariedad laboral y a los sueldos de miseria, y de paso se exponen a un alto riesgo de desestructuración familiar. Por su parte, la gestión empresarial y los cambios legislativos han conseguido que incluso los mejor preparados tengan que competir por los mismos empleos mal pagados que habitualmente desempeñan quienes carecen de formación. Si esto es así, ¿qué argumento les queda a los maestros para convencer a sus alumnos de que es preferible estudiar a no hacerlo si la calidad de vida y el puesto de trabajo serán igual de precarios?
En este hábitat esquizofrénico una legión de Don Nadies debe soportar la prolongación y/o degradación de las condiciones laborales, sufragar la parte básica de los servicios fundamentales de los que el Estado no puede hacerse cargo, conseguir que los hijos no abandonen los estudios y --lo que es todavía más difícil-- transmitir fe en el futuro a la siguiente generación. Para hacer todo eso hace falta una ética capaz de ignorar las contradicciones sin perder la confianza en las bondades de la vida en sociedad tal y como la conocemos hoy.
(continuará)
1. «Ante la dificultad para conciliar en condiciones, algunas mujeres optan por dedicarse de lleno a ser madres [...] Eva Gracia, 28 años, se hizo esta pregunta después de que en septiembre, cuando solicitó la jornada reducida, le anunciaran que su puesto "ya no existe" y que, si se reincorporaba, lo haría para ocuparse de "las tareas que fueran surgiendo". Se las enumeraron vagamente y vio que tenían que ver con las de una administrativa o una secretaria, no con las de una consultora jurídica, que era el puesto que desempeñaba antes de ser madre. "Al final pacté un despido" [...]
»Ahora está en casa, tiene un blog (mamacontracorriente.com) que le aporta "autoestima, y puede que llegue a dar dinero", y cuida de su hijo. "Al principio no quería dejar de trabajar, tenía miedo a perder el tren. Es una pena pasarse años estudiando, primero Derecho y luego un máster en Mercantil, para esto. Además, he visto que económicamente no me compensaba la reducción de jornada. Iba a cobrar 750 euros al mes, pero eso implicaba pagar una guardería privada en Madrid: 350 euros. Y es barata"». (Pre)Parados/19
2. «Un trabajo precario y mal remunerado no es un aliciente que pueda disuadir a las mujeres de que su identidad como féminas se solapa con la maternidad full time tal como se les predica.
»Ante estos cantos de sirena, no viene mal recordar, en clave beauvoireana, que la hembra humana tiene la posibilidad -y el deber existencial- de hacer de su subordinación a la especie un proyecto individualizado en el que ella sea quien fije los estándares de su entrega. Por supuesto con responsabilidad, disponibilidad y generosidad, pero de manera que la haga compatible con otros proyectos propios del ser humano que es». Comentario sobre el libro Le conflit. La femme et la mére (2010) de Elisabeth Badinter.
Anexo: Una entrevista al marido de Badinter --exministro de Mitterand y actualmente embajador francés en Madrid-- ocupa la contraportada del mismo diario, como si el lector fuera incapaz de darse cuenta que la coincidencia de ambos textos no es casual, y que la selección de noticias y contenidos también tiene sus propios hilos rojos de la conveniencia.
El tremendo desajuste entre la situación de Eva Gracia y la teoría de Elisabeth Badinter no es conceptual, sino que debe entenderse en términos de diferencial de bienestar: la primera expresa --atrapada en su acuciante día a día de la maternidad y el trabajo precario-- la imposibilidad de alcanzar un análisis económico de su situación, debido a que las necesidades de su presente le impiden hacerse cargo de los errores y carencias. La segunda --con ese estilo pedante e inservible tan caro a los funcionarios intelectuales-- describe una realidad sólo visible desde su torre de marfil universitaria, desmenuzando desde la seguridad de sus ingresos y su puesto de trabajo fijo problemas bien lejanos a su entorno. Una impostura que no le impide --ni a ella ni a ninguno en su misma situación-- considerarse a sí misma como una persona implicada en la batalla por la igualdad.
Dos noticias, dos vidas, dos mujeres, que revelan la dualidad estructural hacia la que tiende peligrosamente la sociedad occidental. Dualidad irreconciliable no por lo opuesto de los posicionamientos, sino por el distinto nivel de bienestar que implica a una y otra. Las reflexiones teóricas oficiales no rehuyen prácticamente ningún debate, por polémico que sea, pero toda esa actividad incansable y positiva tiene todas las virtudes de una modélica sociedad civil y un único defecto: carecer de utilidad práctica para modificar el statu quo --como el de Eva Gracia-- marcado por la penuria económica y la falta de apoyos o salidas. Es algo común a las instancias del poder (economía, política, medios de comunicación, expertos en todos los temas imaginables): su discurso se reduce a mera palabrería, textos que se limitan a señalar las causas y a enunciar lo más deseable en un contexto adverso. Todo lo demás (legislación, cambios, límites, renuncias, acciones) se da por supuesto, mencionando de pasada un vago anhelo acerca de unas supuestas bondades para el caso de que las cosas fueran de otra manera.
El resultado: cabreo entre los afectados que aún se molestan en leer estos textos o desistimiento en la inmensa mayoría. Es necesario tomar pedazos sueltos, y conectarlos --como estas dos noticias-- para que se revelen los auténticos males estructurales, porque ninguna noticia o análisis por sí solo se atreve a apuntar a las causas sin importar a quién salpica. Está en juego no sólo la supervivencia física (la gestión del mínimo), sino la estabilidad mental: permanecer serenos ante un desastre ubicuo y contra el cual sabemos --literalmente-- que no podemos actuar sin empeñar la existencia misma.
Es cierto que la sociedad occidental admite el cambio desde abajo, ha sucedido varias veces en la última década, pero el coste es tremendo para quienes llevan la iniciativa en el desgaste frente al poder. Ante la disyuntiva de hipotecar la vida a un proyecto cuyos beneficios no disfrutarás frente a una existencia que permita sobrevivir con un estrecho margen de bienestar, está claro que la mayoría optamos por lo segundo, porque nos va la vida en ello. Cuando uno de esos proyectos triunfa sus líderes son incorporados al panteón cívico del poder, y sus vidas convenientemente reinterpretadas como ejemplo para las generaciones futuras, pero detrás de esos fastos se ocultan problemas laborales, disputas por prioridades, conflictos familiares, acusaciones de inflexibilidad, ingenuidad e inutilidad.... Nunca podremos saldar nuestra deuda con personas así.
En Occidente hace tiempo que se sabe que quienes abandonan sus estudios obligatorios están condenados a la precariedad laboral y a los sueldos de miseria, y de paso se exponen a un alto riesgo de desestructuración familiar. Por su parte, la gestión empresarial y los cambios legislativos han conseguido que incluso los mejor preparados tengan que competir por los mismos empleos mal pagados que habitualmente desempeñan quienes carecen de formación. Si esto es así, ¿qué argumento les queda a los maestros para convencer a sus alumnos de que es preferible estudiar a no hacerlo si la calidad de vida y el puesto de trabajo serán igual de precarios?
En este hábitat esquizofrénico una legión de Don Nadies debe soportar la prolongación y/o degradación de las condiciones laborales, sufragar la parte básica de los servicios fundamentales de los que el Estado no puede hacerse cargo, conseguir que los hijos no abandonen los estudios y --lo que es todavía más difícil-- transmitir fe en el futuro a la siguiente generación. Para hacer todo eso hace falta una ética capaz de ignorar las contradicciones sin perder la confianza en las bondades de la vida en sociedad tal y como la conocemos hoy.
(continuará)
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